Page 32 - Alejandro Casona
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MAURICIO.
¡Exactamente! (Ríen los dos.) ¿Ve cómo ya va entrando?
ISABEL.
Claro, claro. ¿Y después?
MAURICIO.
Después los objetos robados vuelven a sus dueños, y el ladronzuelo
recibe una tarjeta diciendo: "Por favor muchacho, no vuelva a
hacerlo, que nos está comprometiendo". A veces da resultado.
ISABEL.
¿Sabe que tiene unos amigos muy pintorescos? Artistas
profesionales, supongo.
MAURICIO.
Artistas sí; profesionales, jamás. Los actores profesionales son muy
peligrosos en los mutis, y el que menos pediría reparto francés en el
cartel.
ISABEL. — (Mira en torno complacida.)
Es increíble. Lo estoy viendo y no acaba de entrarme en la cabeza.
(Confidencial.) ¿De verdad, de verdad, no están ustedes un poco?...
MAURICIO.—(Ríe.)
Dígalo, dígalo sin miedo; tal como va el mundo todos los que no
somos imbéciles necesitamos estar un poco locos.
ISABEL.
Me gustaría ver los archivos; deben tener historias emocionantes ¡tan
complicadas!
MAURICIO,
No lo crea; las más emocionantes suelen ser las más sencillas. Como
el caso del Juez Mendizábal. ¡Nuestra obra maestra!
ISABEL.
¿Puedo conocerla?
MAURICIO.
Cómo no. Una noche el Juez Mendizábal iba a firmar una sentencia de
muerte; ya había firmado muchas en su vida y no había peligro de
que le temblara el pulso. Todos sabíamos que ni con súplicas ni con
lágrimas podría conseguirse nada. El Juez Mendizábal era insensible
al dolor humano, pero en cambio sentía una profunda ternura por los
pájaros. Frente a su ventana abierta el Juez redactaba