Page 37 - Alejandro Casona
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MAURICIO.—(Anota).
Complejo de culpa. ¿Puedo anotar veinte años de remordimiento?
BALBOA.
No. Fue la noche peor de mi vida pero si volviera a ocurrir, cien veces
volvería a hacer lo mismo. El tiempo se encargó de darme la razón.
MAURICIO.
¿Tuvo noticias de él?
BALBOA.
Ojalá no las hubiera tenido. De la trampa de juego pasó al
contrabando y a la estafa; de la pelea de barrio a los papeles falsos y
la pistola en el bolsillo. Un canalla profesional. Naturalmente, la
abuela sigue sin saber nada de esto, pero nuestra casa estaba
destruida. Nunca me dijo una palabra de reproche, pero aquel piano
cerrado, aquel sillón vuelto de espaldas a la ventana y aquel silencio
tenso de años y años eran la peor de las acusaciones; como si yo
fuera el culpable. Al fin un día llegó a sus manos una carta del
Canadá.
MAURICIO.—(Impaciente.)
¿Pero en qué estaba usted pensando? ¿No pudo impedir que cayera
en sus manos una carta así, que podía matarla?
BALBOA.
Al contrario: era la carta de la reconciliación. Mi nieto pedía perdón y
llenaba tres páginas de hermosas promesas y de buenos recuerdos.
MAURICIO.
Disculpe; me había adelantado estúpidamente.
BALBOA.
No, ahora es cuando se está adelantando. Aquella carta era falsa; la
había escrito yo mismo.
MAURICIO.
¿Usted?
BALBOA.
¿Qué otra cosa podía hacer? La pobre vieja se me iba muriendo en
silencio día por día. Y con aquellas tres páginas el piano volvió a
abrirse y el sillón volvió a mirar otra vez hacia el jardín.
MAURICIO.
Muy bien. Un poco elemental, pero eficaz. (Anota.) "Mentira piadosa."
¿Y después?