Page 39 - Alejandro Casona
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y de nada valía ya cerrar los ojos. El aula de la Universidad iba a
                  convertirse en la celda de presidio; el viaje por el bosque, en una
                  persecución policial sobre el asfalto. ¡Y aquel muchachote alegre y
                  sano de las cartas, en esa piltrafa del "Saturnia"!

                  MAURICIO.—(Se levanta iluminado.)
                  ¡No me diga más! Hay que salvar  la mentira cueste lo que cueste.
                  Organizaremos una emboscada en el puerto, abordaremos el barco
                  disfrazados... ¡Yo no sé lo que inventaremos, pero esté tranquilo: su
                  nieto no llegará! ¿No era eso lo que venía a pedirme?

                  BALBOA.
                  No.

                  MAURICIO.
                  ¿Ah, no?

                  BALBOA.
                  Para impedir que llegue mi nieto ya no hace falta inventar nada. ¿No
                  ha leído los diarios de anoche? El  "Saturnia" se ha hundido en alta
                  mar con todo el pasaje.

                  MAURICIO.
                  ¿Muerto?

                  BALBOA.
                  Muerto.

                  MAURICIO.
                  Es triste, pero es una solución. ¿Lo sabe la abuela?

                  BALBOA.—(Levantándose resuelto.)
                  ¡Ni debe saberlo! He hecho desaparecer todos los diarios, he cortado
                  el teléfono; si es preciso clavaré puertas y ventanas. Pero esa noticia,
                  ¡no! ¿Sabe usted lo que es esperar veinte años para vivir un solo día
                  y cuando ese día llega encontrarlo también negro y vacío?

                  MAURICIO.
                  Lo siento, ¿pero qué puedo hacer yo? Hasta ahora hemos inventado
                  algunos trucos ingeniosos contra muchos males. Contra la muerte no
                  hemos encontrado nada todavía.

                  BALBOA.
                  ¿Pero es posible que no haya comprendido aún? ¿Qué importa ya el
                  nieto de mi sangre? Al que hay que salvar es al otro; al de las cartas
                  hermosas, al de la alegría y la fe... ¡el único verdadero para ella! Ese
                  es el que tiene que llegar.
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