Page 43 - Alejandro Casona
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ACTO SEGUNDO

                  En casa de la Abuela, Salón con  terraza al foro sobre el jardín.
                  Primera derecha, puerta a la cocina. Primera izquierda, a las
                  habitaciones. Al foro derecha,  un pequeño vestíbulo, en que se
                  supone el acceso al exterior. A la izquierda, segundo término, una
                  amplia escalera con barandal. Todo aquí tiene el encanto esfumado
                  de los viejos álbumes y la cómoda cordialidad de las casas
                  largamente vividas.

                  Genoveva —más que criada, amiga y confidente de la señora—
                  dispone en la gran mesa los platos y cubiertos de una cena para dos.
                  Felisa, doncella, baja la escalera con unas cortinas.

                  Es de noche. El jardín en sombra.



                                    GENOVEVA y DONCELLA. Después,  la ABUELA

                  GENOVEVA.
                  ¿Colgó las cortinas nuevas?

                  FELISA.
                  Son las que acabo de quitar. ¿No eran las antiguas las que quería la
                  señora?

                  GENOVEVA.
                  Por eso pregunto. ¿Puso las flores en la habitación?

                  FELISA.
                  Siete veces ya. Primero que no eran bastante frescas, después que
                  eran demasiado frescas; la señora, que rosas; el señor, que rama de
                  pino; ella, que el aroma es lo que importa, él que las flores de noche
                  son malsanas. Desde hace una semana no hay manera de entenderse
                  en esta casa.

                  GENOVEVA.
                  ¿Pero qué dejó por fin?

                  FELISA.
                  De todo; que elijan ellos. Ya estoy que no puedo más de subir y bajar
                  escaleras, de poner y quitar cortinas, de colgar y descolgar cuadros.
                  ¿Es que no van a ponerse de acuerdo nunca?

                  GENOVEVA.
                  La cosa no es para menos, Felisa. ¿No se pone usted nerviosa cuando
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