Page 29 - Alejandro Casona
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MAURICIO.
Lo entenderá en seguida. ¿Recuerda aquel fantasma que se
apareció siete sábados en el Caserón de las Lilas?
ISABEL.
¿Cómo no, si fue en mi barrio? En mi taller no se habló de otra cosa
en tres meses.
MAURICIO.—(Interesado.)
¿Y qué se decía en su taller?
ISABEL.
De todo: unos, que alucinaciones, otros, que lo habían visto con sus
propios ojos. Muchos se reían, pero un poco nerviosos. Y por la noche
se recordaban esas viejas historias de almas en pena.
MAURICIO.
En pena, ¡pero de almas! Un barrio de comerciantes, donde nunca se
había hablado más que de números, estuvo tres meses hablando del
alma. Ahí tiene el ramalazo del misterio.
ISABEL.
¡Pero no es posible! ¡Usted no puede creer que aquel fantasma se
apareció en verdad!
MAURICIO.
¡Y cómo no voy a creerlo si era yo! (Isabel se levanta de un salto.)
ISABEL.
¿Usted?
MAURICIO.—(Ríe.)
Por favor, no empecemos otra vez. Le juro que estoy hablando en
serio. ¿No cree que sembrar una inquietud o una ilusión sea una labor
tan digna por lo menos como sembrar trigo?
ISABEL.
Sinceramente, no. Creo que puede ser un juego divertido, pero no
veo de qué manera puede ser útil.
MAURICIO.
¿No...? (La mira fijo un momento. Baja el tono.) Dígame ¿estaría
usted aquí ahora si yo no hubiera "jugado" anoche?
ISABEL.—(Vacila turbada.)
Perdón. (Vuelve a sentarse.)