Page 26 - Alejandro Casona
P. 26
ISABEL.
Tranquila.
MAURICIO.
¿De verdad no tiene miedo?
ISABEL.
No. Ahora es algo más profundo. No sé lo que va a decirme pero
siento que toda mi vida está pendiente de esas palabras. ¡Hable, por
favor!
MAURICIO.
Conteste primero. (Da un paso hacia ella.) Señorita Quintana, ¿qué le
ocurrió anoche?
ISABEL.—(Retrocede turbada.)
¡No, eso no! ¿Con qué derecho me lo pregunta?
MAURICIO.
Es necesario. Conteste.
ISABEL!
¡Déjeme! ¡No me obligue a recordarlo! (Se deja caer en un asiento
sollozando ahogadamente.)
MAURICIO.
Vamos, no sea niña. Míreme a los ojos: no son los de un policía ni los
de un juez. Confiese sin miedo. ¿Qué le ocurrió anoche?
ISABEL.
Estaba desesperada... ¡no podía más! Nunca tuve una casa, ni un
hermano, ni siquiera un amigo. Y, sin embargo, esperaba... esperaba
en aquel cuartucho de hotel, sucio y frío. Ya ni siquiera pedía que me
quisieran; me hubiera bastado alguien a quien querer yo. Ayer,
cuando perdí mi trabajo, me sentí de pronto tan fracasada, tan inútil.
Quería pensar en algo y no podía; sólo una idea estúpida me bailaba
en la cabeza: "no vas a poder dormir... no vas a poder dormir". Fue
entonces cuando se me ocurrió comprar el veronal. Seguramente las
calles estaban llenas de luces y de gente como otras noches, pero yo
no veía a nadie. Estaba lloviendo, pero yo no me di cuenta hasta que
llegué a mi cuarto tiritando. Hasta aquel pobre vaso en que revolvía
el veronal tenía rajado el vidrio. Y la idea estúpida iba creciendo:
"¿por qué una noche sola...? ¿Por qué no dormirlas todas de una
vez?" Algo muy hondo se rebelaba dentro de mi sangre mientras
volcaba en el vaso el tubo entero; pero ni un clavo adonde
agarrarme; ni un recuerdo, ni una esperanza... Una mujer terminada
antes de empezar. Había apagado la luz y sin embargo cerré los ojos.