Page 130 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
P. 130

yace con ella, es porque se lo pide. Ya no la desea.  Su úni­
          co afán es recuperar su vida mortal, e incluso ansia morir.
           Su  hímeros se dirige  hacia la vida  mortal,  quiere  concluir
           su vida.  Calipso le dice: «¿Tan ligado te sientes a Penélope,
           que la prefieres a mí? ¿Te parece más hermosa?» «No, claro
           que  no»,  contesta  Ulises,  «tú  eres  una  diosa,  tú  eres  más
           hermosa,  tú eres  más grande,  tú eres  más maravillosa que
           Penélope,  lo sé perfectamente.  Pero Penélope es  Penélope,
           es mi vida, es mi esposa, es mi país.» «Bien»,  dice Calipso,
           «lo  entiendo.»  Entonces  acata  las  órdenes  de  Zeus  y  le
           ayuda a construir una balsa. Juntos cortan los árboles y los
           ensamblan  para  formar  una  sólida  balsa  dotada  de  un
           mástil.  Así  abandona  Ulises  a  Calipso  e  inicia  una  nueva
           serie de aventuras.



           DESNUDO  E  INVISIBLE


               Navega en una balsa. Todo va bien.  Después de varios
           días de travesía, Ulises descubre algo parecido a un escudo
           posado  en el mar:  la isla de los feacios.  En  ese momento,
           Poseidón,  que  ha  terminado  su  estancia entre los  etíopes,
           regresa al Olimpo. Desde lo alto del cielo, divisa una balsa
           en la que hay un hombre agarrado a un  mástil y reconoce
           a  Ulises.  Se  pone  ciego  de  ira.  Llevaba  diez  años  sin  oír
           hablar  de  aquel  entrometido,  pero  en  ese  instante  com­
           prende que los dioses han cambiado de opinión, que Zeus
           ha  tomado  la  decisión  de  permitirle  regresar  a  su  hogar.
           Pero no puede contenerse.  Fulmina de nuevo la balsa, que
           se  hace  pedazos,  y  ya  tenemos  a  Ulises  nadando  contra
           unas  olas  tremendas,  tragando  agua  a  bocanadas  y  dis­
           puesto  a  morir.  Por suerte  para  él,  en  aquel  momento  lo
           descubre  otra  divinidad,  Ino  Leucótea,  la  Diosa  Blanca,
           que  se aparece a veces a los náufragos en las grandes  tem­


                                                                133
   125   126   127   128   129   130   131   132   133   134   135