Page 126 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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placer  de  tu visita.»  «En  efecto»,  le  contesta  Hermes,  «de
         haber dependido de mí, no habría venido, pero traigo una
         orden de Zeus.  Se ha tomado la decisión de que dejes par­
         tir  a  Ulises.  Zeus  cree  que  no  hay  motivo  para  que  sólo
         Ulises,  de  todos  los  héroes  de Troya,  no haya  regresado  a
         su casa.» Calipso le replica: «¡Déjate de rodeos! Sé por qué
         queréis  que  deje  marcharse a  Ulises.  Porque  vosotros,  los
         dioses,  sois  unos  desgraciados,  peores  que  los  humanos.
         ¡Tenéis celos! No podéis soportar la  idea de que una diosa
         viva  con  un  mortal.  Os  molesta  que  lleve  años  compar­
         tiendo  tranquilamente  mi  lecho  con  ese  hombre.»  Pero,
         como  no  tiene  más  remedio,  añade:  «Bueno,  de  acuerdo,
         le diré que se marche.»
             Hermes regresa al Olimpo. A partir de entonces, el re­
         lato  experimenta  un  cambio  de  rumbo.  El  recorrido  de
         Ulises  lo  alejó  del  mundo  de  los  hombres  y  lo  condujo
         hasta el país de los muertos, entre los cimerios, en la extre­
         ma frontera del mundo de la luz, del mundo de los vivos.
         Ahora  se  encuentra  fuera  de  esa  especie  de  paréntesis  de
         divinidad,  aislado en  la superficie marina.  Su vagabundeo
         se  había  fijado  en  ese  dúo  de  amor  solitario  con  Calipso
         durante cerca de diez años.
             ¿Qué hacía Ulises mientras Hermes entraba en la gru­
         ta  de  Calipso?  Había subido  a  un  promontorio,  y,  frente
         al  mar,  que  cabrilleaba delante de  él,  lanzaba terribles  so­
         llozos.  Literalmente, era un mar de lágrimas. Toda su vita­
         lidad húmeda se le escapaba por los ojos y la piel, pues su­
         fría  de  un  modo horrible.  ¿Por qué?  Porque  llevaba  en el
         corazón  la  nostalgia  de  su  vida  anterior,  la  nostalgia  de
         Itaca y su  esposa  Penélope.  Calipso  no  podía ignorar que
         Ulises  seguía pensando  en regresar,  que era el hombre del
         regreso.  Pero  abrigaba  la esperanza de llegar a hacerle «ol­
         vidar  el  regreso»,  de  conseguir  que  dejara  de  recordar  lo
          que había sido antes.  ¿De qué manera?  Ulises había llega­

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