Page 133 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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contigo,  muchacha,  de  la  misma  manera,  al  mirarte y  al
           verte,  me  siento  maravillado.»  Entonces ella  le  dice:  «Tus
           palabras  desmienten  tu  aspecto,  no  pareces  un  plebeyo,
           un  kakós.»  Llama  a  sus  compañeras  y  les  encarga  que  se
           ocupen  de  aquel  hombre.  «Dadle  algo  con  que  lavarse y
           vestirse.» Ulises se mete en  el torrente,  se quita la porque-
           ría y la suciedad que  le recubren la piel,  se lava y se viste.
           Después de eso, Atenea, claro está, esparce sobre él la gracia
           y la belleza.  Lo hace  más joven, más guapo y más fuerte, y
           derrama sobre él la chdris,  la gracia, el resplandor, el encan­
           to.  Así pues,  Ulises  resplandece  de belleza y de  seducción.
           Nausicaa lo mira y dice confidencialmente a sus servidoras:
           «Escuchad, hace un momento ese hombre me parecía desa­
           gradable,  extraño, aeikélos,  espantoso, y ahora lo encuentro
           semejante, eíkelos, a los dioses que habitan el cielo.»
               A  partir  de  ese  momento  germina  en  la  cabeza  de
           Nausicaa  la  idea de  que aquel  extranjero,  enviado por los
           dioses,  está,  en cierto modo,  disponible,  de que tiene ante
           sí la posibilidad del esposo, del marido con el que soñaba.
           Cuando  Ulises  le  pregunta  qué  tiene  que  hacer,  ella  le
           pide que vaya al palacio de su padre, Alcínoo, y su madre,
           Arete.  «Irás  allí  tomando  determinadas  precauciones;  voy
           a volver al palacio,  cargaré las muías con la ropa,  regresaré
           con  mis  mujeres,  pero  no  conviene  que  nos  vean  juntos.
           En  primer  lugar,  aquí no vienen  nunca  extranjeros,  todo
           el  mundo  se  conoce,  así  que,  si ven  a  un  desconocido,  se
           preguntarán  quién  es,  y  si,  además  lo  ven  en  mi  com­
           pañía,  imagínate  lo  que  podrían  pensar.  Así  que  saldrás
           después  de  mí,  seguirás  ese  camino  hasta  un  lugar  deter­
           minado y te dirigirás al suntuoso  palacio,  rodeado de ma­
           ravillosos jardines en los que  florecen  durante todo el año
           flores y frutos. También hay un puerto con hermosos bar­
           cos. Entrarás e irás a arrojarte a los pies de mi madre, Are­
           te,  le abrazarás las  rodillas y le pedirás hospitalidad. Antes

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