Page 138 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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que traerles lechones  todos los días.  ¡Es terrible!» Avanzan
          los  dos  hacia  la  entrada  del  palacio  y,  en  ese  momento,
          Ulises descubre cerca de la puerta,  encima de un montón
          de  basuras,  allí  donde  se  depositan  por  la  mañana  todos
          los desperdicios de la casa,  a un perro, Argos. Tiene veinte
          años,  y parece el doble de Ulises  en  perro,  es  decir,  repul­
          sivo, piojoso,  demacrado, medio tullido.  Ulises pregunta a
          Eumeo:  «¿Qué  aspecto  tenía ese  perro  cuando  era un  ca-
          chorillo?»  «Oh,  era  notable.  Era un  perro  de  caza,  atrapa­
          ba  las liebres  sin  fallar  una,  las  traía...»  «Ah,  bueno»,  dice
          Ulises,  que  sigue  avanzando.  Sin  embargo,  el viejo  Argos
          levanta un poco el hocico y reconoce a su amo, pero ya no
          tiene fuerzas para moverse. Se limita a menear la cola y er­
          guir las orejas.
              Ulises comprende que su viejo perro, a pesar de su de­
          crepitud,  le  ha  reconocido  del  modo  como  reconocen
          siempre los perros: por su olor.  Los humanos, para identi­
          ficar  a  Ulises  después  de  tantos  años,  y  tantos  cambios,
          necesitarán  sémata,  signos,  indicios,  que  les  servirán  de
          pruebas;  reflexionarán sobre esos signos para reconstruir la
          identidad  de  Ulises.  El  perro  no:  de  buenas  a  primeras
          sabe que es Ulises,  lo huele. Al ver a su viejo perro,  Ulises
          se  siente  muy  emocionado,  al  borde  de  las  lágrimas,  y se
          aleja rápidamente.  El perro muere.  Eumeo  no se ha dado
          cuenta de nada. Avanzan. A la entrada del palacio encuen­
          tra  a  otro  mendigo,  Iro,  más  joven  de  lo  que  aparenta
          Ulises.  Iro  es  el  mendigo  titular,  lleva  allí  muchos  meses,
          recibe las burlas y los golpes mientras los pretendientes ce­
          lebran  sus  fiestas.  Se  dirige  inmediatamente a Ulises,  dis­
          frazado de pordiosero,  como él: «¿Qué diablos haces aquí?
          Lárgate,  el puesto es mío,  no te quedes aquí, no consegui­
          rás  nada.»  Ulises  contesta:  «Ya  veremos.»  Entran  juntos.
          Los pretendientes  están sentados a la mesa, en pleno ban­
          quete;  las criadas les sirven la comida y la bebida.  Ríen  al

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