Page 142 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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mismo y completamente distinto.  Su anciana nodriza sos­
          tiene,  de todos modos,  que se le parece, y le dice:  «De to­
          das  las  personas  que  han  pasado  por  aquí,  de  todos  los
          viajeros y los mendigos que hemos recibido como huéspe­
          des,  eres  el que más  se parece  a Ulises.»  «Sí, sí», responde
          Ulises,  «ya me lo  han  dicho  otras veces.»  Piensa entonces
          que al lavarle los pies Euriclea verá una cicatriz muy carac­
          terística y corre el  peligro,  al  conocerse demasiado pronto
          su  identidad,  de  verse  en  apuros  que  hagan  fracasar  su
          proyecto.
              Resulta que,  cuando Ulises era muy joven,  a los quin­
          ce o dieciséis años,  había estado en casa de su abuelo ma­
          terno para experimentar allí su iniciación  como koüros,  es
          decir, pasar de la condición de niño a la de adulto; el  mu­
          chacho,  armado con una lanza,  tenía que enfrentarse solo,
          aunque vigilado de cerca por sus primos, a un  enorme ja­
          balí y vencerlo, cosa que hizo, pero el jabalí, al cargar con­
          tra él,  le  abrió  el  muslo  a la altura de la rodilla. Había re­
          gresado  de  allí  muy  contento,  pero  con  aquella  cicatriz,
          que  mostraba  a todo  el  mundo  mientras  contaba detalla­
          damente lo  ocurrido,  lo  bien  que le habían  cuidado y los
          regalos que le habían  hecho.  Como es lógico,  Euriclea es­
          taba al corriente de todo, ya que era su nodriza: cuando el
          abuelo de Ulises, Autólico, había ido a Itaca, tiempo atrás,
          con  motivo  del  nacimiento  del  niño,  ella llevaba  al  rorro
          en  su  regazo,  y  había  pedido  a  Autólico  que  eligiera  un
          nombre  para  su  nieto.  Le puso  Ulises.  Como  una  de  sus
          funciones consistía en lavar los pies de los invitados,  Euri­
          clea  tenía que ver por  fuerza  cualquier  marca característi­
          ca, como  una cicatriz;  Ulises pensó:  «Si  la ve,  me recono­
          cerá. Será para ella un sema,  la señal de que soy Ulises,  mi
          firma.»
              Así pues, se coloca en un rincón oscuro para que no le
          vean bien. La nodriza va a buscar agua tibia en una palan­

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