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venía  con  nuevos  disparates,  por  los  cuales  y por  sus  extrañezas  merecía  que
        lo  depusieran  y  privaran  del  principado  y  herencia  del  reino,  como  lo  pen-
         saba  hacer  muy  presto,  y  elegir  uno  de  sus  hermanos  que  imitase  a  sus  pa-
         sados,  el  cual,  por su  clemencia,  piedad  y  mansedumbre  mereciese  el  nombre
         de  hijo  del  Sol,  porque no  era  razón  que  un loco,  por  ser iracundo  y venga-
         tivo,  destruyese con  el  cuchillo  de  la  crueldad lo  que  todos  los  Incas  pasados,
        con  la  mansedumbre  y  beneficios,  habían  reducido  a  su  imperio;  que  mira-
         sen  que  aquello  era de  más  importancia  para  prevenir  y  tratar  de  su  remedio
         que no  las  palabras  desatinadas  de  un  furioso,  que  ellas  mismas  decían  cúyas
         eran;  que  si  no  autorizara  su  atrevimiento  con  decir  que  la  embajada  era
         de  un  hijo  del  Sol,  mandara  le  cortaran  la  cabeza  por  haber  quebrantado  el
         destierro que le había dado.  Por tanto les  mandaba  que  no  tratasen de  aquel
         caso,  sino  que  se  le pusiese  perpetuo  silencio,  porque  le  causaba  mucho  eno-
         jo  traerle  a  la  memoria  cosa  alguna  del  príncipe,  que  ya  él  sabía  lo  que
         había  de  hacer  de  él.
             Por  el  mandato  del  Rey  callaron  los  Incas,  y  no  hablaron  más  en  ello,
         aunque  en  sus  ánimos  no  dejaron  de  temer  algún  mal  suceso,  porque  estos
         indios,  como  toda  la  demás  gentilidad,  fueron  muy  agoreros  y  particularmen-
         te  miraron  mucho  en sueños,  y  más  si  los  sueños  acertaban  a  ser  del  Rey  o
         del  príncipe  heredero  o  del  Sumo  Sacerdote,  que  éstos  eran  tenidos  entre
         ellos  por dioses  y oráculos  mayores,  a los  cuales  pedían cuenta de  sus  sueños
         los adivinos y hechiceros para los interpretar y declarar, cuando los mismos In-
         cas  no  decían  lo  que  habían  soñado.






                                   CAPITULO  XXIII

                          LA  REBELION  DE  LOS CHANCAS
                            Y  SUS  ANTIGUAS HAZAflAS


            RES  MESES  después  del  sueño  del  príncipe  Viracocha  Inca  (que  así  le
         T llaman  los  suyos  de  aquí  adelante,  por  el  fantasma  que  vio),  vino  nue-
         va,  aunque  incierta,  del  levantamiento  de  las  provincias  de  Chinchasuyu,
         desde  Antahualla  adelante,  la  cual  está  cerca  de  cuarenta  leguas  del  Cuzco,
         al  norte.  Esta  nueva  vino  sin  autor,  mas  de  que  la  fama  la  trajo  confusa  y
         oculta, como  ella  suele  hablar  siempre  en  casos  semejantes.  Y  así,  aunque  el
         príncipe  Viracocha  lo  había  soñado  y conformaba  la  nueva  con  el  sueño,  no
         hizo  el  Rey  caso  de  ella,  porque  le  pareció  que  eran  hablillas  de  camino  y
         un  recordar  el  sueño  pasado,  que  parecía  estaba  ya  olvidado.  Pocos  días
         después  se  volvió  a  refrescar  la  misma  nueva,  aunque  todavía  incierta  y

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