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que es tanto como filósofos y sabios, los cuales eran tenidos en suma venera-
ción. Todas estas cosas dice el Padre Blas Valera que instituyó por ley este
Príncipe Inca Roca, y que después las favoreció, declaró y amplió muy
largamente el Inca Pachacútec, su bisnieto, y que añadió otras muchas leyes.
También dice de este Rey Inca Roca, que, considerando la grandeza del delo,
su resplandor y hermosura, decía muchas veces que se podía concluir que el
Pachacámac ( que es Dios) era poderosísimo Rey en el cielo, pues tenía tal
y tan hermosa morada. Asimismo decía: "Si yo hubiese de adorar alguna
cosa de las de acá abajo, cierto yo adorara al hombre sabio y discreto, por-
que hace ventaja a todas las cosas de la tierra. Empero, el que nace niño y
crece y al fin muere; el que ayer tuvo principio y hoy tiene fin; el que
no puede librarse de la muerte, ni cobrar la vida que la muerte le quita,
no debe ser adorado". Hasta aquí es del Padre Blas Valera.
CAPITULO XX
EL INCA LLORA SANGRE, SEPTIMO REY, Y SUS MIEDOS
Y CONQUISTAS, Y EL DISFAVOR DEL PRINCIPE
M UERTO EL Rey Inca Roca, su hijo Yáhuar Huácac tomó la corona del
reino; gobernólo con justicia, piedad y mansedumbre, acariciando sus
vasallos, haciéndoles todo el bien que podía. Deseó sustentarse en la prospe•
ridad que sus padres y abuelos le dejaron, sin pretender conquistas ni pen-
dencia con nadie, porque, con el mal agüero de su nombre y los pronósticos
que cada día echaban sobre él, estaba temeroso de algún mal suceso y no
osaba tentar la fortuna por no irritar la ira de su padre el Sol, no le enviase
algún grave castigo, como ellos decían. Con este miedo vivió algunos años,
deseando paz y quietud para sí y para todos sus vecinos; y por no estar
ocioso visitó sus reinos una y dos y tres veces. Procuraba ilustrarlos con
edificios magníficos; regalaba los vasallos en común y en particular; tratá-
balos con mayor afición y ternura que mostraron sus antepasados, que eran
muestras y efectos del temor; en lo cual gastó nueve o diez años. Empero,
por no mostrarse tan pusilánime que entre todos los Incas fuese notado
de cobarde por no haber aumentado su Imperio, acordó enviar un ejército
de veinte mil hombres de guerra al sudoeste del Cuzco, la costa adelante
de Arequipa, donde sus pasados habían dejado por ganar una larga punta
de tierra, aunque de poca poblazón. Eligió por capitán general a su hermano
Inca Maita, que desde aquella jornada, por haber sido general en ella, se
llamó siempre Apu Maita, que quiere decir el capitán general Maita. Nom-
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