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bró cuatro Incas experimentados para maeses de campo. No se atrevió el
Inca a hacer la conquista por su persona, aunque lo deseó mucho, mas nunca
se determinó a ir, porque su mal agüero (en las cosas de la guerra) lo traía
sobre olas tan dudosas y tempestuosas, que de donde le arrojaban las del
deseo lo retiraban las del temor. Por estos miedos nombró al hermano y a
sus ministros, los cuales hicieron su conquista con brevedad y buena dicha,
y redujeron al Imperio de los Incas todo lo que hay desde Arequipa hasta
Tacama, que llaman Collisuyu, que es el fin y término por la costa de lo
que hoy llaman Perú. La cual tierra es larga y angosta y mal poblada, y
así se detuvieron y gastaron más tiempo los Incas en caminar por ella que
en reducirla a su señorío.
Acabada esta conquista, se volvieron al Cuzco y dieron cuenta al Inca
Yáhuar Huácac de lo que habían hecho. El cual, cobrando nuevo ánimo con
el buen suceso de la jornada pasada, acordó hacer otra conquista de más
honra y fama, que era reducir a su imperio unas grandes provincias que
habían quedado por ganar en el distrito de Collasuyu, llamadas Caranca,
Ullaca, Llipi, Chicha, Ampara. Las cuales, demás de ser grandes, eran po-
bladas de mucha gente valiente y belicosa, por los cuales inconvenientes los
Incas pasados no habían hecho aquella conquista por fuerza de armas, por
no destruir aquellas naciones bárbaras e indómitas, sino que de suyo se
fuesen domesticando y cultivando poco a poco y aficionándose al imperio
y señorío de los Incas, viéndolo en sus comarcanos tan suave, tan piadoso,
tan en provecho de los vasallos como lo experimentaban todos ellos.
En los cuidados de la conquista de aquellas provincias andaba el Inca
Yáhuar Huácac muy congojado, metido entre miedos y esperanzas, que unas
veces se prometía buenos sucesos, conforme a la jornada que su hermano
Apu Maita había hecho; otras veces desconfiaba de ellos por su mal agüero,
por el cual no osaba acometer ninguna empresa de guerra, por los peligros
de ella. Andando, pues, rodeado de estas pasiones y congojas, volvió a otros
cuidados domésticos que dentro en su casa se criaban, que días había le
daban pena y dolor, que fue la condición áspera de su hijo, el primogénito,
heredero que había de ser de sus reinos; el cual desde niño se había mos-
trado mal acondicionado, porque maltrataba los muchachos que de su
edad con él andaban y mostraba indicios de aspereza y crueldad, y aunque
el Inca hacía diligencias para corregirle y esperaba que con la edad, cobrando
más juicio, iría perdiendo la braveza de su mala condición, parecía salirte
vana esta confianza, porque con la edad antes crecía que menguaba la ferocidad
de su ánimo. Lo cual para el Inca su padre era de grandísimo tormento, por•
que, como todos sus pasados se hubiesen preciado tanto de la afabilidad y
mansedumbre, érale de suma pena ver al príncipe de contraria condición.
Procuró remediarla con persuasiones y con ejemplos de sus mayores, trayén-
doselos a la memoria para aficionarle a ellos, y también con reprensiones y
disfavores que le hacía; mas todo le aprovechaba poco o nada, porque la
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