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dudosa, porque los enemigos habían cerrado los caminos con grandísima
diligencia, para que el levantamiento de ellos no se supiese, sino que primero
los viesen en el Cuzco que supiesen de su ida. La tercera nueva llegó ya
muy certificada, diciendo que las naciones llamadas Chanca, Uramarca, Uillca,
Utunsulla, Hancohuallu y otras circunvecinas a ellas se habían rebelado y
muerto los gobernadores y ministros regios, y que venían contra la ciudad
con ejército de más de cuarenta mil hombres de guerra.
Estas naciones son las que dijimos haberse reducido al imperio del Rey
Inca Roca más por el terror de sus armas que por el amor de su gobierno,
y, como lo notamos entonces, quedaron con rencor y odio de los Incas para
mostrarlo cuando se les ofreciese ocasión. Viendo, pues, al Inca Yáhuar
Huácac tan poco belicoso, antes acobardado con el mal agüero de su nom-
bre y escandalizado y embarazado con la aspereza de la condición de su hijo
el príncipe Inca Viracocha, y habiéndose divulgaJu entre estos indios algo
del nuevo enojo que el Rey había tenido con su hijo, aunque no se dijo
la causa, y los grandes disfavores que le hada, les pareció bastante ocasión
para mostrar el mal ánimo que al Inca tenían y el odio que habían a su im-
perio y dominio. Y así, con la mayor brevedad y secreto que pudieron, se
convocaron unos a otros y llamaron sus comarcanos, y entre todos ellos levan-
taron un poderoso ejército de más de treinta mil hombres de guerra y ca-
minaron en demanda de la imperial ciudad del Cuzco. Los autores de este
levantamiento y los que incitaron a los demás señores de vasallos fueron
tres indios principales, curacas de tres grandes provincias de la nación Chan-
ca (debajo de este nombre se incluyen otras muchas naciones); el uno se
llamó Hancohuallu, mozo de veintiséis años, y el otro Túmay I-foaraca y el
tercero Astu Huaraca; estos dos últimos eran hermanos, y deudos de Han-
cohuallu. Los antepasados de estos tres reyecillos tuvieron guerra perpetua,
antes de los Incas, con las naciones comarcanas a sus provincias, particular-
mente con la nación llamada Quechua, que debajo de este apellido entran
cinco provincias grandes. A éstas y a otras sus vecinas tuvieron muy ren-
didas, y se hubieron con ellas áspera y tiránicamente, por lo cual holgaron
los Quechuas y sus vecinos de ser vasallos de los Incas y se dieron con
facilidad y amor, como en su lugar vimos, por librarse de las insolencias de
los Chancas. A los cuales, por el contrario, pesó mucho de que el Inca atajase
sus buenas andanzas, y de señores de vasallos los hiciese tributarios; de cuya
causa, guardando el odio antiguo que sus padres habían heredado, hicieron
el levantamiento presente, pareciéndoles que con facilidad vencerían al Inca
por la presteza con que pensaban acometerle y por el descuido con que ima-
ginaban hallarle, desapercibido de gente de guerra, y que con sola una vic-
toria serían señores, no solamente de sus enemigos antiguos, mas también
de todo el Imperio de los Incas.
Con esta esperanza convocaron sus vecinos, así de los sujetos al Inca
como de los no sujetos, prometiéndoles grande parte de la ganancia; los cua-
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