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mala  inclinación  en  el  grande  y  poderoso  pocas  veces  o  nunca  suele  admitir
             corrección.
                 Así  le  acaeció  a  este  príncipe  que  cuanta  triaca  le  aplicaban  a  su  mala
             inclinación,  toda  la  convertía  en  la  misma  ponzoña.  Lo  cual  viendo  el  Inca
             su  padre,  acordó  desfavorecerlo  del  todo  y  apartarlo  de  sí  con  propósito,
             si  no  aprovechaba  el  remedio  del  disfavor  para  enmendar  la  condición,  de
             desheredarlo  y  elegir  otro  de  sus  hijos  para  heredero,  que  fuese  de  la  con-
             dición  de  sus  mayores.  Pensaba hacer  esto imitando  la  costumbre  de  algunas
             provincias  de  su  Imperio,  donde  heredaban  los  hijos  más  bienquistos.  La
             cual  ley  quería  el  Inca guardar con  su  hijo,  no  habiéndose  hecho  tal  entre los
             R,eyes  Incas.  Con  este  presupuesto,  mandó  echarlo  de  su  casa  y  de  la  corte,
             siendo  ya el príncipe de  diez  y nueve años,  y que lo llevasen  poco  más  de una
             legua  al  levante  de  la ciudad,  a  unas  grandes  y hermosas  dehesas  que  llaman
             Chita,  donde  yo  estuve  muchas  veces.  Allí  había  mucho  ganado  del  Sol;
             mandó  que  lo  apacentase  con  los  pastores  que  tenían  aquel  cuidado.  El  prín-
             cipe,  no  pudiendo  hacer  otra  cosa,  aceptó  el  destierro  y  el  disfavor  que  le
             daban  en  castigo  de  su  ánimo  bravo y belicoso;  y llanamente  se  puso a  hacer
             el  oficio  de  pastor  con  los  demás  ganaderos,  y  guardó  el  ganado  del  Sol,
             que  ser  del  Sol  era  consuelo  para  el  triste  Inca.  Este  oficio  hizo  aquel  des-
             favorecido  príncipe  por  espacio  de  tres  años  y  más,  donde  lo  dejaremos
             hasta  su  tiempo,  que  él  nos  dará  bien  que  decir,  si  lo  acertásemos  a  decir
             bien.





                                        CAPITULO  XXI

                   DE  UN  AVISO  QUE  UN  FANTASMA  DIO  AL  PRINCIPE
                            PARA  QUE  LO  LLEVE  A  SU  PADRE



                  ABIENDO  DESTERRADO  el  Inca  Yáhuar  Huácac  a  su  hijo  primogénito
              H (cuyo  nombre  no  se  sabe  cuál  era  mientras  fue  príncipe,  porque
             lo  borró  totalmente  el  que  adelante  le  dieron,  que  como  no  tuvieron  letras
             se  les  olvidaba  para  siempre  todo  lo  que  por  su  tradición  dejaban  de  en-
             comendar  a  la  memoria)~  le  pareció  dejar  del  todo  las  guerras  y  conquistas
             de nuevas  provincias  y atender  solamente  al  gobierno  y  quietud  de  su  reino,
             y  no  perder  el  hijo  de  vista,  alejándolo  de  sí,  sino  tenerlo  a  la  mira  y  pro-
             curar la  mejora  de  su  condición,  y,  no  pudiendo  haberla, buscar  otros  reme-
             dios,  aunque  todos  los  que  se  le  ofrecían  como  ponerle  en  perpetua  prisión
             o  desheredarle  y elegir  otro en  su  lugar,  le  parecían  violentos  y mal  seguros,
             por la  novedad  y grandeza  del  caso,  que  era  deshacer  la  deidad  de  los  Incas,

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