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habían de rendir y obedecer por fuerza de armas y perder la gracia del Inca,
cuánto mejor era cobrarla ahora, obedeciendo por vía de amor. Mirasen que
este camino era más seguro, que les aseguraba sus vidas y haciendas, muje-
res e hijos; y que en lo de sus dioses, sin que el Inca lo mandase, les decía
la raz6n que el Sol merecía ser adorado mejor que sus ídolos. Por tanto, que
~e allanasen y recibiesen al Inca por señor y al Sol por su Dios, pues en lo
uno y en lo otro ganaban honra y provecho. Con estas razones y otras seme-
jantes aplacaron los viejos a los mozos de tal manera que de común consen-
timiento fueron los unos y los otros a recibir al Inca; los mozos con las
armas en las manos y los viejos con dádivas y presentes de lo que en su
tierra había, diciendo que le llevaban los frutos de su tierra en señal de
que se la entregaban por suya. Los mozos dijeron que llevaban sus armas
para con ellas servirle en su ejército como leales vasallos y ayudar a ganar
otras nuevas provincias.
El Inca les recibió con mucha afabilidad; mandó que a los viejos les
diesen ropa de vestir; a los más principales, por mayor favor, de la que el
Inca vestía, y a los demás de la otra ropa común. A los capitanes y soldados
mozos, por condescender con el buen ánimo que mostrasen, les hizo merced
que recibiesen por soldados quinientos de ellos, no escogiéndolos ni nom-
brándolos por favor, porque no se afrentasen los desechados, sino que fue-
sen por suerte, y para satisfacer a los demás les dijeron que no los recibían
todos porque su tierra no quedase desamparada, sin gente. Con las mercedes
y favores quedaron los indios viejos y mozos tan ufanos y contentos, que
todos a una empezaron a dar grandes aclamaciones, diciendo: "Bien pareces
hijo del Sol; tú solo mereces el nombre de Rey; con mucha razón te llaman
amador de pobres, pues apenas fuimos tus vasallos cuando nos colmaste
de mercedes y favores. Bendígate el Sol, tu padre, y las gentes de todas las
cuatro partes del mundo te obedezcan y sirvan, porque mereces el nombre
Zapa Inca, que es sólo Señor". Con estas bendiciones y otras semejantes fue
adorado el Rey Inca Roca de sus nuevos vasallos. El cual habiendo proveído
los ministros necesarios, pasó adelante a reducir las demás provincias cer-
canas, que son Misqui, Sacaca, Machaca, Caracara y otras que hay ·hasta
Chuquisaca, que es la que ahora llaman la Ciudad de la Plata. Todas son del
apellido Charca, aunque de diferentes naciones y diferentes lenguajes. Todas
las redujo el Rey Inca Roca a su obediencia, con la misma facilidad que las
pasadas. En esta jornada extendió su Imperio más de cincuenta leguas de
largo norte sur y otras tantas de ancho este oeste, y dejando en ellas, según
la costumbre antigua, los ministros necesarios para la doctrina de su idola-
tría y administración de su hacienda, se volvió al Cuzco. Fue despidiendo los
soldados por sus provincias, como los había ido recogiendo. A los capitanes
hizo mercedes y favores.
Hecho esto, le pareció descansar de las conquistas y atender a la quie-
tud y gobierno de su reino, en lo cual gastó los años que le quedaban de
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