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CAPITULO  XVII

                         LOS  !DOLOS  DE  LOS  INDIOS  ANTIS
                         Y  LA CONQUISTA  DE  LOS  CHARCAS



          EN  ESTAS  provincias  de  los  Antis  comúnmente  adoraban  por  dios  a  los
               tigres  y  a  las  culebras  grandes  que  llaman  amaru:  son  mucho  más
          gruesas  que  el  muslo  de  un  hombre  y  largas  de  veinticinco  y  de  treinta
          pies;  otras  hay  menores.  Todas  las  adoraban  aquellos  indios  por  su  grandeza
          y  monstruosidad.  Son  bobas  y  no  hacen  mal;  dicen  que  una  maga  las  en-
          cantó  para  que  no  hiciesen  mal,  y  que  antes  eran  feroces.  Al  tigre  adoraban
          por  su  ferocidad  y  braveza;  decían  que  las  culebras  y  los  tigres  eran  natu-
          rales  de  aquella  tierra,  y,  como  señores  de  ella,  merecían  ser  adorados,  y
          que  ellos  eran  advenedizos  y extranjeros.  Adoraban  también  la  yerba  cuca,  o
          coca,  como  dicen  los  españoles.  En  esta  jornada  aumentó  el  príncipe  Yáhuar
          Huácac  casi  treinta  leguas  de  tierra  a  su  Imperio,  aunque  de  poca  gente  y
          mal  poblada;  y  no  pasó  adelante  por  la  mucha  maleza  de  montes,  ciénagas
          y  pantanos  que  hay  en  aqueila  región,  donde  confina  la  provincia  que  pro-
          piamente  se  llama  Anti,  por quien  toda  aquella  banda  se llama  Antisuyu.
              Hecha  la  conquista,  se  volvió  el  príncipe  al  Cuzco.  El  Rey,  su  padre,
          por  entonces  dejó  de  hacer  nuevas  conquistas  porque  por  Antisuyu,  que
          es  al  levante,  ya  no  había  qué  conquistar,  y  al  poniente,  que  es  lo  que  Ha-
          man  Cuntisuyu,  tampoco  había  qué  reducir,  porque  por  aquella  banda
          llegaba  ya  el  término  de  su  Imperio  a  la  Mar  del  Sur.  De  manera  que  de
          oriente  al  poniente  tenían  por  el  paraje  de  Cuzco  más  de  cien  leguas  de
          tierra,  y de septentrión  a  mediodía  tenían  más  de  doscientas  leguas  En  todo
          este espado  entendían  los  indios  en  edificios  de  casas  reales,  jardines,  baños
          y  casas  de  placer  para  el  Inca;  y  también  labraban  pósitos  por  los  caminos
          reales,  donde  se  encerrasen  los  bastimentas,  armas  y  munición  y  ropa  de
          vestir  para  la  gente  común.
              Pasados  algunos  años  que  el  Rey  Inca  Roca  se  hubo  ejercitado  en  la
          paz,  determinó  hacer  una  jornada  famosa  por  su  persona,  e  ir  a  acabar  de
          ganar  las  grandes  provincias  llamadas  Charcas,  que  su  padre,  el  Inca  Cápac
          Yupanqui,  dejó  empezadas  a  conquistar  en  el  distrito  de  Collasuyu.  Mandó
          apercibir  treinta  mil  hombres  de  guerra,  ejército  que  hasta  entonces  no  lo
          había levantado  ninguno  de  sus  pasados.  Nombró  seis  maeses  de  campo,  sin
          los  demás  capitanes  y  ministros  de  menor  cuenta;  mandó  que  el  príncipe
          Yáhuar  Huácac  quedase  para  el  gobierno  del  reino  con  otros  cuatro  Incas
          que  fuesen  sus  consejeros.
              Salió  el  Inca del  Cuzco  por el  camino  real  de  Collasuyu;  fue  recogiendo
          la  gente  de  guerra  que  por  todas  aquellas  provincias  estaba  apercibida;  llegó
          a  los  confines  de  las  provincias  Chuncuri,  Pucuna  y  Muyumuyu,  que  eran

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