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las  más  cercanas  a  su  reino.  Envióles  mensajeros,  avisándoles  cómo  iba  a
          reducir  aquellas  naciones  para  que  viviesen  debajo  de  las  leyes  de  su  padre
          el  Sol  y  le  reconociesen  por  Dios  y  dejasen  sus  ídolos,  hechos  de  piedra
          y  de  madera,  y  muchos  malos  abusos  que  contra  la  ley  natural  y  vida  hu•
          mana  tenían.  Los  naturales  se  alteraron  grandemente,  y  los  capitanes,  mozos
          y  belicosos,  tomaron  las  armas  con  mucho  furor,  diciendo  que  era  cosa
          muy  rigurosa  y  extraña  negar  sus  dioses  naturaler  y  adorar  al  ajeno,  repu-
          diar sus  leyes  y costumbres  y sujetarse  a  las  del  Inca,  que  quitaba  las  tierras
          a  los  vasallos  y  les  imponía  pechos  y  tributos  hasta  servirse  de  ellos  como
          de  esclavos,  lo  cual  no  era  de  sufrir  ni  se  debía  recibir  en  ninguna  manera,
          sino  morir  todos  defendiendo sus  dioses,  su  patria  y  libertad.





                                     CAPITULO  XVIII

                         EL  RAZONAMIENTO  DE  LOS VIEJOS
                             Y  COMO  RECIBEN  AL  INCA


              os  MÁS  ancianos  y  mejor  considerados  dijeron  que  mirasen  que,  por  la
          L vecindad que con  los  vasallos  del  Inca  tenían, sabían  años  había  que  sus
          leyes  eran  buenas  y  su  gobierno  muy  suave;  que  a  los  vasallos  trataban
          como  a  propios  hijos,  y  no  como  a  súbditos;  que  las,.tierras  que  tomaban
          no  eran  las  que  los  indios  habían  menester,  sino  las  que  les  sobraban,  que
          no  podían  labrar,  y que  la  cosecha  de  las  tierras  que  a  su  costa  hacía  labrar
          era  el  tributo  que  llevaba  y  no  la  hacienda  de  los  indios,  antes  les  daba  el
          Inca de la suya  toda  la  que  sobraba  del  gasto  de  sus  ejércitos  y corte;  y que
          en  prueba  de  lo  que  habían  dicho  no  querían  traer  otras  razones,  mas  que
          mirasen  desapasionadamente  cuán  mejorados  estaban  al  presente  los  vasa-
          llos  del  Inca  que  antes  que  lo  fueran,  cuánto  más  ricos  y  prósperos,  más
          quietos,  pacíficos  y  urbanos;  cómo  habían  cesado  las  disensiones  y  penden•
          cias  que  por  causas  muy  livianas  solía  haber  entre  ellos,  cuánto  más  guar-
          dadas  sus  haciendas  de  ladrones,  cuánto  más  seguras  sus  mujeres  e  hijas  de
          fornicarios  y  adúlteros;  y,  en  suma,  cuán  certificada  toda  la  república  de
          que  ni  el  rico  ni  el  pobre,  ni  el  grande  ni  el  chico,  había  de  recibir  agravio.
               Que  advirtiesen  que  muchas  provincias  circunvecinas  a  las  del  Inca  era
          notorio  que,  habiéndose  certificado  de  estos  bienes,  se  habían  ofrecido  y
          sometido  voluntariamente  a  su  imperio  y  señorío,  por  gozar  de  la  suavidad
          de su  gobierno.  Y  que  pues  a ellos  les  constaba  todo  esto,  sería  bien  hiciesen
          lo  mismo,  porque  era  mejor  y  más  seguro  aplacar  al  Inca  otorgando  su
          demanda,  que  provocarlo  a  ira  y  enojo  y  negándosela;  que  si  después  se

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