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y  dile  de  mi  parte  que  se  aperciba  y  prevenga  y  mire  lo  que  le  conviene
             acerca  dt'  este caso.  Y en  particular  te  digo  a  ti  que en cualquiera  adversidad
             que  te suceda  no  temas  que  yo  te  falte,  que en todas  ellas  te  socorreré como
             a  mi  car:1e  y  sangre.  Por  tanto  no  dejes  de  acometer  cualquiera  hazaña,  por
             grande que  sea,  que convenga  a  la  majestad  de  tu  sangre  y  a la  grandeza  de
             tu  Imperio,  que  yo  seré  siempre  en  tu  favor  y  amparo  y  te  buscaré  los  so-
             corros  que  hubieres  menester".  Dichas  estas  palabras  (dijo  el  príncipe),  se
             me  desapareció  el  Inca  Viracocha,  que  no  le  vi  más.  Y  yo  tomé  luego  el
             camino  para  darte  cuenta  de  lo  que  me  mandó  te  dijese.






                                       CAPITULO  XXIl

                   LAS  CONSULTAS  DE  LOS  INCAS  SOBRE  EL  RECADO
                                     DEL  FANTASMA



            E   L  INCA  Yáhuar  Huácac,  con  la  pasión  y  enojo  que  contra  su  hijo  tenía,
                 no  quiso  creerle;  antes  le  dijo  que  era  un  loco  soberbio,  que  los  dis-
            parates  que  andaba  imaginando  venía  a  decir  que  eran  revelaciones  de  su
            padre  el  Sol;  que  se  fuese  luego  a  Chita y  no  saliese  de  allí  jamás,  so  pena
            de  su  ira.  Con  esto  se  volvió  el  príncipe  a  guardar  sus  ovejas,  más  desfavo-
            recido  de su  padre que antes  lo  estaba.  Los  Incas  más  allegados  al  Rey,  como
            eran  sus  hermanos  y  tíos,  que  asistían  a  su  presencia,  como  fuesen  tan  ago-
            reros  y  supersticiosos,  principalmente  en  cosas  de  sueños,  tomaron  de  otra
            manera  lo  que  el  príncipe  dijo,  y  dijeron  al  Inca  que  no  era  de  menospre-
            ciar  el  mensaje  y  aviso  del  Inca  Viracocha,  su  hermano,  habiendo  dicho  que
            era  hijo  del  Sol  y  que  venía  de  su  parte.  Ni  era  de  creer  que  el  príncipe
            fingiese  aquellas  razones  en  desacato  del  Sol,  que  fuera  sacrilegio  el  imagi-
            narlas  cuanto  más  decirlas  delante  del  Rey,  su  padre.  Por  tanto  sería  bien  se
            examinasen  una  a  una  las  palabras  del  príncipe,  y  sobre  ellas  se  hiciesen
            sacrificios  al  Sol  y  tomasen  sus  agüeros,  para  ver  si  les  pronosticaban  bien  o
            mal,  y  se  hiciesen  las  diligencias  necesarias  a  negocio  tan  grave;  porque
            dejarlo  así  desamparado  no  solamente  era  hacer  en  su  daño,  mas  también
            parecían  menospreciar  al  Sol,  padre  común,  que  enviaba  aquel  aviso,  y  al
            Inca  Viracocha,  su  hijo,  que  lo  había  traído,  y era  amontonar  para  adelante
            errores  sobre  errores.
                El Inca, con  el  odio  que a  la  mala  condición  de  su  hijo  tenía,  no  quiso
            admitir los  consejos  que  sus  parientes  le  daban;  antes  dijo  que  no  se  había
            de  hacer  caso  del  dicho  de  un  loco  furioso,  que  en  lugar de enmendar  y  co-
            rregir  la  asperez'.l  de  su  mala  condición  para  merecer  la  gracia  de  su  padre

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