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les  fueron  fáciles  de  persuadir,  tanto  por  el  gran  premio  que  se  prometían
           como  por  la  antigua  opinión  de  los  Chancas,  que  eran  valientes  guerreros.
           Eligieron  por  capitán  general  a  Hancohuallu,  que  era  un  valeroso  indio  y
           por  maeses  de  campo  a  los  dos  hermanos,  y  los  demás  cut"acas  fueron  cau-
           dillos  y capitanes  de  sus  gentes,  y  a  toda  diligencia  fueron  en  demanda  del
           Cuzco.






                                      CAPITULO  XXIV

                           EL  INCA  DESAMPARA  LA CIUDAD
                              Y  EL  PRINC/PE  LA  SOCORRE



               L  INCA  Y áhuar  Huácac  se  halló  confuso  con  la  certificación de  la  venida
           E de  los  enemigos,  porque  nunca  había  creído  que  tal  pudiera  ser,  por
           la  gran  experiencia  que  tenían  de  que  no  se  había  rebelado  provincia  alguna
           de  cuantas  se  habían  conquistado  y  reducido  a  su  Imperio,  desde  el  primer
           Inca  Manco  Cápac  hasta  el  presente.  Por  esta  seguridad  y  por  el  odio  que
           al  príncipe su  hijo  tenía,  que  dio  el  pronóstico  de  aquella  rebelión,  no  había
           querido  darle  crédito  ni  tomar  los  consejos  de  sus  parientes,  porque  la  pa-
           si6n  le  cegaba  el  entendimiento.  Viéndose,  pues,  ahora  anegado  porque  no
           tenía  tiempo  para convocar  gente  con  que  salir  al  encuentro  a  los  enemigos,
           ni  presidio  en  la  ciudad  para  (mientras  le  viniese  socorro)  defenderse  de
           ellos,  le  pareció  dar  lugar  a  la  furia  de  los  tiranos  y  retirarse  hacia  Collasu-
           yu,  donde  se  prometía  estar  seguro  de  la  vida  por  la  nobleza  y  lealtad  de
           los  vasallos.  Con  esta  determinación  se  retiró  con  los  pocos  Incas  que  pu-
           dieron  seguirle,  y  fue  hasta  la  angostura  que  llaman  de  Muina,  que  está
           cinco  leguas  al  sur  de  la  ciudad,  donde  hizo  alto  para  certificarse  de  lo  que
           hacían  los  enemigos  por  los  caminos  y  dónde  llegaban  ya.
               La  ciudad  del  Cuzco,  con  la  ausencia  de  su  Rey,  quedó  desamparada
           sin  capitán  ni  caudillo  que  osase  hablar,  cuanto  más  pensar  defenderla,  sino
           que  todos  procuraban  huir;  y  así  se  fueron  los  que  pudieron  por  diversas
           partes,  donde  entendían  poder  mejor  salvar  las  vidas.  Algunos  de  los  que
           iban  huyendo  fueron  a  toparse  con  el  príncipe  Viracocha  Inca  y  le  dieron
           nueva  de  la  rebeli6n de  Chinchasuyu,  y cómo  su  padre se había  retirado  hacia
           Collasuyu,  por parecerle que  no  tenía  posibilidad  para  resistir  a  los  enemigos,
           por  el  repentino  asalto  con  que  .le  acometian.
               El  príncipe  sintió  grandemente  saber  que  su  padre  se  hubiese  retirado
           y  desamparado  la  ciudad.  Mandó  a  los  que  le  habían  dado  la  nueva  y  a  al-
           gunos  de  los  pastores  que  consigo  tenía,  que fuesen  a  la  ciudad,  y  a  los  in-

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