Page 22 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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12 TRAYECTORIA HISTORICA DE GRECIA
los antiguos Faraones había desertado del campo de los persas, invocó la ayuda
de Atenas; un Egipto independiente habría representado una amenaza perma
nente en el flanco del imperio persa, del que se desprenderían del mismo modo
las costas de la Siria, Chipre y Cilicia. Atenas, movida por estas consideraciones,
envió una flota al Nilo.
Aquella hazaña, la más arriesgada de la política ateniense, fracasó. El Egipto
hubo de rendirse a los persas tras las duras pérdidas que éstos le infligieron; por
su parte, Atenas, después de una serie de sangrientas batallas, no siempre victo
riosas, libradas en las fronteras de la patria, pactó la paz con los espartanos para
afilar su espada contra los bárbaros, aun a costa de sacrificar a este designio las
ventajas que le reportaba la confederación creada por ella en tierra firme.
El hecho de que Atenas se detuviera en el camino que venía siguiendo no
aplacaba la hostilidad de Esparta, ni la reconciliaba tampoco con los estados
señoriales ni con el particularismo. Manteniendo más firmemente en la mano las
riendas de su hegemonía confederal, hacía que se enconase más aún la furia de
las ciudades dominadas, las cuales confiaban ya en que los espartanos y el rey
de los persas les prestarían firme apoyo. Sin embargo, Pericles, pese a todo esto y
al gran poderío y a los abundantes recursos del tesoro ateniense, prefirió sostener
la paz y con ella la supremacía ateniense en el mar dentro de los límites que ésta
había alcanzado a la sazón, amparándose solamente en la superioridad de la
sabia moderación y en los vínculos rigurosamente mantenidos del derecho
contractual, lo que hizo que Atenas perdiese la iniciativa en el exterior y robuste
ciese en el interior el movimiento de oposición de quienes opinaban que sólo los
nuevos progresos de la democracia, la implantación completa de ésta incluso en
tre los aliados y la extensión de la hegemonía ateniense sobre las ciudades
helénicas del Ponto, de Sicilia y de Italia permitirían hacer frente con eficacia
al triple peligro que amenazaba a la potencia de Atenas: la rivalidad entre Es
parta y los estados señoriales, el odio de los persas, siempre en acecho, y la posible
deserción de los aliados.
Tales fueron los elementos de la espantosa guerra que habría de azotar por
espacio de treinta años a lo largo de todo el mundo helénico, haciendo estreme
cerse hasta sus mismos fundamentos y que arrastraría a una decadencia cada vez
más profunda, la plétora de bienestar, de cultura y de arte acumulada en Atenas
y en otras partes, bajo su protección, y, de rechazo, la superioridad del carácter
ético del mundo griego.
Hubo en esta guerra un momento —marcado por Alcibiades y la expedición
a Sicilia— en que parecía segura la victoria del poder ateniense y su expansión
hasta más allá de los mares occidentales; los cartagineses hallábanse grande
mente alarmados ante el temor de “que los atenienses marchasen contra su ciu
dad” . Pero la genial ligereza del caudillo en cuyo escudo de oro campeaba la
figura de Eros esgrimiendo el rayo, permitió que las intrigas de sus enemigos
oligárquicos y democráticos del interior derribasen al único hombre capaz de
llevar a término la empresa iniciada. En vista de ello, Alcibiades se pasó a los