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se ganaban el alimento mendigando por la calle. La gente de la ciudad estaba intrigada
con aquellos silenciosos brahmanes que no parecían mendigos.
Los pandavas nunca dejaban a su madre sola por mucho tiempo; recolectaban sus
limosnas y luego regresaban a la casa del brahmín para depositar lo recogido a los pies de
su madre. Kunti dividía los alimentos dando la mitad a Bhima y distribuyendo el resto
entre los demás hermanos. Bhima siempre tenía hambre, pues por su fuerte complexión
necesitaba mucha comida para quedarse satisfecho. Había un alfarero en las cercanías
al que Bhima comenzó a ayudar trayendo a sus espaldas enormes cantidades de arcilla.
El alfarero estaba muy satisfecho y sorprendido con la fortaleza de aquel joven e hizo
un enorme cuenco para él. A Bhima le gustó mucho y al próximo día se lo llevó con él
a la ciudad para mendigar por las calles. La gente le sonreía indulgentemente al ver el
enorme cuenco y se lo llenaban con sabrosos alimentos que habían preparado en sus
casas.
Un día, Bhima estaba en casa del brahmín a solas con su madre. Sus demás hermanos
se habían ido a mendigar. Ambos estaban hablando, cuando de repente oyeron cómo
alguien lloraba dentro de la casa. Agudizaron el oído para escuchar qué pasaba y se
dieron cuenta de que el brahmín que les había acogido en su casa estaba hablando con
su esposa y ambos lloraban apenados. Kunti dijo:
—Han sido muy buenos con nosotros; nos ayudaron cuando no teníamos hogar
ofreciéndonos su casa. Si fuera posible, deberíamos ayudarles en la forma que podamos.
Bhima, quédate aquí, yo iré a averiguar cuál es la causa de su tristeza.
El brahmín tenía un hijo y una hija. El hijo apenas era un niño. Hablaban entre ellos
y decían: « Yo iré », y el otro insistía: « No, iré yo. » Kunti no pudo entender de qué
hablaban, así que se acercó a la esposa del brahmín y le dijo:
—No he podido evitar oír vuestros lamentos y me he acercado para saber cuál es la
causa de vuestra tristeza, porque si pudiéramos ayudaros nos gustaría mucho hacerlo.
El brahmín la miró y le dijo:
—En verdad eres muy amable. Tu corazón está lleno de compasión por aquellos que
sufren, pero me temo que no hay ningún ser humano que pueda ayudarnos. No obstante,
te contaré la razón de nuestra tristeza. En la montaña cercana a la ciudad hay una cueva
en la que vive un cruel rakshasa llamado Baka. Ha estado sembrando el terror en nuestra
ciudad en los últimos trece años. Al principio descendía de la montaña cuando le apetecía
e irrumpía en la ciudad matando a quien le parecía, para comérselo. Los habitantes
de la ciudad temían que el rakshasa viniese y les matase indiscriminadamente, por lo
que finalmente los ciudadanos se reunieron para buscar una solución al problema, de lo
cual surgió una propuesta para hacerle al rakshasa. Una delegación fue a verle y le dijo:
« Baka, los habitantes de la ciudad están aterrados con tus ataques por sorpresa. Viven