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Historia De Sakuntala 25
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Sakuntala dio a luz un hijo de inmensa energía. Cuando éste tenía tres años su
esplendor era como el de un fuego. Kanwa se encargó de celebrar los ritos religiosos
correspondientes para aquél niño que iba creciendo día a día. Siendo aún muy joven
era capaz de enfrentarse a un león. Tenia en la palma de su mano todos los signos
auspiciosos y su frente era ancha y despejada. Cada día era más fuerte y hermoso con
el esplendor de un ser celestial. Cuando tenía seis años era capaz de atrapar leones,
tigres, osos, búfalos y elefantes y atarlos a los árboles que había alrededor de la ermita de
Kanwa. Y era capaz de cabalgar sobre ellos y domarlos. Por estas proezas los moradores
de aquella ermita le llamaron Sarvadamana (el domador).
Viendo la fortaleza del niño y sus proezas, Kanwa le dijo a Sakuntala que había
llegado el momento de que el niño fuese nombrado heredero al trono. Entonces Kanwa
ordenó a sus discípulos que llevasen a Sakuntala y a su hijo a junto de su marido. Dijo
Kanwa: « No es bueno que una mujer viva demasiado tiempo en casa de sus padres. Tal
residencia es contraria a su buena reputación, a su buena conducta y a su virtud ». Aquel
mismo día partieron para Hastinapura y Sakuntala dejó los bosques donde Dushmanta
la había conocido.
Capítulo II
EN LA CORTE DE DUSHMANTA
UANDO llegaron a la corte de Dushmanta, los discípulos del rishi presentaron a
C Sakuntala al rey y partieron de inmediato para regresar a la ermita de Kanwa.
Sakuntala, a su vez, presentó debidamente sus respetos al rey y le dijo: — Éste es tu hijo.
Nómbrale tu sucesor como prometiste. Recuerda la promesa que me hiciste hace mucho
tiempo cuando yacimos juntos en la ermita de Kanwa.
El rey recordaba muy bien todo lo que había ocurrido, pero sin embargo dijo: « No
recuerdo nada. ¿Quién eres tú, malvada asceta? No recuerdo tener nada que ver contigo
en relación con Dharma, Kama o Artha. Vete o quédate según desees; puedes hacer lo
que quieras ».
Al oír esto, la inocente Sakuntala quedó totalmente confusa e invadida por la vergüenza.
Abatida por el dolor, quedó privada de la conciencia y permaneció durante un momento
allí de pie como un poste de madera. Pero no tardaron sus ojos en ponerse rojos como
el cobre y sus labios a temblar. Y las miradas que de vez en cuando lanzaba al rey
parecían ser capaces de quemarle vivo. Sin embargo, con un extraordinario esfuerzo de
autocontrol, consiguió dominar su creciente ira y controlar el poder que había adquirido
con sus austeridades. Recobrando la compostura, aún con rabia y tristeza en su corazón,
miró directamente a su esposo y le dijo llena de ira: — ¡Lo sabes muy bien!, gran rey.