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68 Mahabharata
Capítulo XX
DRONA Y EKALAVYA
N día se le acercó a Drona un muchacho de piel oscura. El maestro acharya en ese
U momento se encontraba solo y cuando el muchacho llegó a su lado, se le postró a
los pies y le dijo:
—Mi señor, he venido para que me enseñes a usar el arco. Por favor, acéptame como
tu discípulo.
A Drona le gustaron sus modales y mirándole tiernamente le dijo:
—¿Quién eres tú? El joven respondió:
—Yo soy Ekalavya, hijo de Hiranyadhanus, el rey de los Nishadas. Al oír esto Drona
se dio cuenta de que no podría aceptarlo como discípulo porque no era un kshatrya y le
dijo:
—Hijo mío, aunque me gustaría, no puedo aceptarte como mi discípulo, pues tengo
la responsabilidad de entrenar a estos príncipes kshatryas, y tú, Ekalavya, siendo un
nishada, no puedes unirte a ellos.
Decepcionado y con el corazón roto el joven nishada, se fue de vuelta al bosque del
que vino. No guardaba ningún resentimiento contra Drona, pero se sentía infeliz.
Una vez de vuelta en el bosque hizo con barro una figura representando a Drona,
le dio forma con sus propias manos. Y a partir de entonces aquella imagen era para él
su guru. Diariamente la adoraba y luego comenzaba sus prácticas con el arco. En poco
tiempo se dio cuenta que estaba haciendo grandes progresos y ganando habilidad en el
uso del arco. Este es el magnetismo del deseo; absorbe para sí todos los pensamientos
conscientes e inconscientes de la persona, y en consecuencia, todas sus acciones no son
más que los ecos de la voz de su deseo. Y esto fue lo que ocurrió con Ekalavya; su amor
por el arco y su amor por su guru, le hacían pensar continuamente en aprender a usar el
arco y en nada más. Quería dominar este arte y muy pronto llegó a ser un gran experto.
Una vez, los príncipes kurus y los pandavas fueron de excursión al bosque. Los pan-
davas se habían llevado a un perro con ellos. Este perro, vagando, se había introducido
en el corazón del bosque. Y de repente vio a un hombre extraño que estaba vestido con
piel de leopardo y que caminaba como un leopardo. Al verle, el perro pensó que era
un animal salvaje, y comenzó a ladrar furiosamente. Este hombre, que no era otro que
Ekalavya, el nishada, no pudo resistir la tentación de cerrar la boca del perro con sus
flechas.
El largo hocico del perro fue cubierto con flechas. Había entrelazado siete flechas
como un habilidoso tejedor, de forma que el perro no podía abrir la boca. El animal huyó
corriendo de aquel lugar y llegó al campamento de los pandavas. A todos les asombró la