Page 115 - Egipto Tomo 1
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A TRAVÉS DE LA DELTA             95
              algo más lejos,  hacia  el  norte,  verdaderas colinas de ruinas y escombros, y  al pié de
              ellas un diminuto  lago,  en cuyas  orillas se divisan cigüeñas y una bandada de garzas
              reales  plateadas, que  dejan que á  ellas nos aproximemos  antes de volver  la  graciosa
              curva de su cuello
                          y de remontarse por los aires, para dirigirse, formando una nube de
              nítida blancura, hacia la región del Nilo. Nos encontramos en medio
                                                           de  las ruinas de
              Sait,  la magnífica residencia de los Faraones; la ciudad por demás docta donde  floreció
              una escuela no ménos célebre entre los Egipcios que entre los Griegos. La mísera aldea
              cuya mezquita  se  levanta junto  á  las ruinas, conserva  el pretencioso nombre  de  Sais
              bajo la forma de Sa, ó Sa-el-Haguer.
                Hace ya algunos años,  intenté  reconstruir mentalmente la antigua Sais  1  , borrada
              para siempre jamás de la sobre haz de la tierra,  tal cual era en los tiempos de su mayor
              pujanza,  devolviendo  á  los templos sus sacerdotes y animales sagrados,  á las calles y
              plazas su abigarrada muchedumbre, á sus palacios los príncipes y  la  grandeza.  Difícil
              me es aquí expresar los sentimientos que  asaltaron mi espíritu en  el momento en que
              fueme dado poner por vez primera la planta sobre  el suelo de  esta ciudad venerable,
              sumergirme en  el seno de tiempos por demás remotos, barrer las ruinas y resucitar los
              muertos. Por más que recorrí en todas direcciones aquellos campos de soledad; aquellos
              collados de ruinas,  no me  fué dable  descubrir una  sala  siquiera de aquellos edificios
              suntuosos; un aposento, una columna:  sólo logré  distinguir una de aquellas vastísimas
             murallas cuyas colosales dimensiones no tenian semejante ni aún en  el mismo Egipto.
             Hállase  construida con enormes adobes  secados  al  sol,  y ciñe los informes restos de
             esta ciudad en otro tiempo tan famosa. Sobre uno de esos oteros elevaríanse  el  castillo
             y  el palacio de los Faraones:  el estanque situado al  norte, junto á  la muralla exterior,
             constituye el lago sagrado, sobre el cual, durante las primeras horas de la noche, repre-
             sentábase encima de suntuosas barcas, con gran esplendidez, no desprovista de misterio,
                           Osiris. El lago era indudablemente una dependencia del templo de
             la historia de Isis y
             Neith,  la madre divina,  el  principio femenino de la vida del mundo y del hombre;  es
             representación de la Naturaleza , cuya obra misteriosa debe ser constantemente arcano impe-
             netrable para el hijo de la tierra. Su estatua llevaba al pié la siguiente inscripción: «Lo soy
             »todo, pasado, presente, porvenir: mortal alguno ha levantado jamás el velo que me oculta.»
             Tales son las palabras que inspiraron á Schiller su bella poesía á «la velada imágen de
             » Sais : »  el joven que osó levantar  el espeso cendal, jamás ha revelado  lo que descubrió
             debajo de  él.
                              Desvanecido, inerte, anonadado
                              Los sacerdotes al otro dia le encontraron
                              Cabe las plantas de la madre Isis;
                              Mas lo que sus ojos sobre la misma vieron
                              Jamás los labios suyos revelaron.

              1 En la obra titulada La Hija del Rey de Egipto.
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