Page 195 - Egipto Tomo 1
P. 195
182 MEMPHIS. LAS PIRAMIDES
las diversiones más propias de las gentes de distinción; y como los cañaverales limítrofes
al rio estaban poblados de caza en abundancia,
y en cuanto á pesca no hav que hablar,
difícilmente salía el señor de casa,
sin volver con el buque bien provisto, amen de als;un
hipopótamo ó tal cual cocodrilo, que aumentaban á veces el atractivo de la expedición
cinegética. Tales pasatiempos son por otra parte muy naturales tratándose de señores cuyos
dependientes formaban, si así puede decirse, un estado dentro de otro estado, á los cuales
estaba confiado el ejercicio de diferentes industrias tales como la ebanistería,
la alfarería,
la vidriería, los tejidos, la fabricación de papel, el lavado del oro, cuyas pepitas se recogían
en el rio, y la metalurgia. Y nada decimos del arte de escribir, más generalizado de lo
que podía creerse; pues los capataces eran al propio tiempo los encargados de llevar las
cuentas, y en las oficinas se ven numerosos amanuenses ocupados en
trabajos de su
profesión. En semejante estado de cultura no pueden bastar ya para el cotidiano sustento
los sencillos dones de la naturaleza: es indispensable preparar los alimentos cociéndolos,
asándolos, amasando la harina, confeccionando dulces pasteles; y que en esto estaban
y
muy adelantados los egipcios de aquellos tiempos, nos lo dice el extraordinario número de
nombres que tenían tales golosinas. En cuanto á las mujeres que según parece eran de
rostro blanquísimo, como lo prueba el que se ven representadas con la tez de amarillo
claro, al paso que los hombres lo están con el cutis rojizo, gozaban los mismos derechos
y consideraciones que sus maridos: dábaseles el nombre de «amas de casa» y si les
premorian sus hijos, entraban á disfrutar de la herencia, hasta el punto de que la hija del
Faraón podía sucederle en la corona. Los hijos tomaban en primer lugar el nombre de la
madre y después el del padre, siendo de observar que las inscripciones nos han conservado
tal cual sobrenombre cariñoso destinado á celebrar el dulce afecto de la esposa. La vida de
familia era por demás íntima y digna en la época que nos ocupa, deponiendo de ello la
jovialidad é ingenuidad que doquiera se ven expresadas, y hasta las frases que el capataz
dirigía á los obreros y las que éstos se dirigían mútuamente para animarse en las labores
en que se ocupaban. No existe en toda la historia de Egipto época alguna cuyo estudio
cause más grata impresión que esta en que nos estamos ocupando. Los que han llamado
á las pirámides «señales indelebles de muchas generaciones reducidas á la esclavitud;»
los que inspirándose en los escritos de Herodoto han fulminado toda suerte de invectivas
contra los despiadados tiranos que las levantaron, nada más han hecho, á nuestro parecer,
que deshacerse, en estériles é infundadas lamentaciones, ya que la construcción de tales
monumentos, lejos de llevarse á cabo por un pueblo que se revolvía inútilmente bajo el yugo
que le oprimía, es la obra de una nación joven y vigorosa, que durante una dilatada
era de paz empleó gozosa el completo de sus energías en llevar á cabo una empresa casi
sobrehumana, iniciada para dar un testimonio de amor á la divinidad, y proseguida bajo
los auspicios de la misma. Ha acontecido con las pirámides lo que acontece en la naturaleza:
ni más ni ménos. Al principio debieron por fuerza luchar aquellos hombres con las dificul-
tades técnicas; mas vencidas éstas, el triunfo debió ser incentivo poderoso para que se