Page 210 - Egipto Tomo 1
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MEáTPHIS. LAS PIRAMIDES          199
               de Chefren encontradas en  el pozo, fueron arrojadas en  él á consecuencia de disturbios
               paganos? ¿Fuéronlo acaso en virtud de los edictos cristianos que disponían la destrucción
               de los ídolos? ¿Es este por ventura
                                      el templo de  la esfinge, de que habla una antiquí-
               sima inscripción?
                 Tales son las preguntas que se le ocurren al concienzudo viajero que visita estos lugares,
              y  si buscando contestación á ellas dirige  la mirada en derredor,  encuéntranse sus ojos
              á coria distancia, en dirección al Noroeste, con la silueta gigantesca de la más enigmática de
              todas las formas enigmáticas: la colosal esfinge; el guardián del desierto: el que llaman los
               árabes Abou  ’1 hol, es  decir,  el
               padre del espanto. Como acontece
              actualmente, en los tiempos anti-
              guos su cuerpo gigantesco veíase
              ya cubierto por las arenas del de-
              sierto, hallándose tan sólo libre
              de  ellas su- cabeza que ciñe  el
              tocado regio,  y mira fijamente á
              la región oriental, semejando la
              cabeza de un gigante sepultado.
                Durante  el presente siglo  la
              esfinge ha debido dejar al descu-
              bierto en interés de la ciencia su
              cuerpo de león terminado en ca-
              beza de hombre, habiéndose con
              ello averiguado que está labrada
              en la roca viva, y que para darle
              la forma que concibiera el artista,
              se suplió por medio de manipos-
              tería todo aquello que en la mis-
              ma resultaba deficiente. Júzguese
              del efecto que habia de producir
              semejante coloso, que mide hoy
                                               esfinge sacada de la arena
              veinte metros desde la parte su-
              perior de su cabeza hasta el enlosado en que descansan sus garras, en la época en que por
              cuidar los empleados de la necrópolis de que no la invadieran las arenas, podía contem-
              plársela en toda su integridad, con las majestuosas escalinatas que conducían hasta
                                                                    ella!
                Innumerables han sido, de seguro,  los  fieles que, en el transcurso de los siglos, han
              recorrido dichas  escalinatas  para acercarse  al  altar que sobre  el enlosado,  hábilmente
              construido, levantábase entre las patas del gigantesco animal:  pues es de saber que  la
              esfinge era la imágen de un dios poderoso. Los griegos oyéronla llamar Harmakis, en
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