Page 464 - Egipto Tomo 1
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380 EL CAIRO
musulmán de Damasco , que no carecia de instrucción artística y pasaba por uno de los más
conspicuos teólogos de su tiempo, emprendió, hace ciento setenta años, una peregrinación á la
Meca, pasando por Palestina, Egipto y la Arabia; y habiendo permanecido en el Cairo
durante algunas semanas, describió, ó mejor, contó, sin omitir una sola, las tumbas de los
santones teeli que le fué dado visitar en el interior y en las cercanías de la ciudad. Pues bien,
a pesar de que no puede desconocerse que estaba dotado de un sentimiento muy impre-
sionable, no se encuentra en su obra la mención más insignificante de las pirámides, ni del
efecto que su vista produjo en su corazón de poeta. El propietario musulmán que embarcado
en una dahabjeh se traslada al Egipto superior con objeto de visitar sus fincas, difícilmente, ó
más bien, nunca siente el antojo de hacer una excursión al interior, movido por el deseo de
contemplar por vista de ojos esas columnas de la eternidad que constituyen el término del
viaje para los occidentales ganosos de saber, y si sus ojos tropiezan casualmente con algunos
restos de pasadas civilizaciones, dirige á los mismos una mirada desdeñosa y expresa la
fugitiva impresión que en su ánimo han producido diciendo: Fantasía.
Y es que se equivocaría quien considerara al oriental conservador por naturaleza: no, sólo
es utilitario en toda la extensión de la palabra. Lo viejo, siquiera se presente con el
venerable barniz de antigüedad que los años le han comunicado, no le inspira sentimiento
alguno como no vea en él algo que pueda prestarle utilidad: el valor artístico ó la signi-
ficación histórica de un monumento no son en su concepto títulos bastantes para justificar su
existencia: la primera condición que deben reunir estriba en la utilidad que pueden prestar.
Fáltale también, y esto lo explica todo, el sentido histórico, sin el cual no existe interés en
conservar lo que ha sido, ni tendencia alguna en restituir exactamente el valor de lo que ha
llegado hasta nosotros. No es esto decir que carezcan los árabes de historiadores distinguidos:
todo lo contrario, la filosofía y la historia constituyen una de las ramas más importantes de
su literatura; pero carecen por completo de cuanto constituye para el europeo el fundamento
de toda educación formal, la facultad de imaginarse lo presente como ya pasado, y de
reconocer por este medio cada una de las fases de su desenvolvimiento. De aquí que el
oriental no experimente pesar alguno viendo derruirse los monumentos de otras edades, y
que borre indiferentemente el recuerdo de los mismos del libro de la vida. Las historias le
agradan porque recrean su espíritu y estimulan su inteligencia, que por otra parte jamás se
toma el trabajo de fijar en la mente la memoria de hechos verdaderos ó falsos; la historia, tal
cual nosotros la concebimos y la cultivamos, destinada á ennoblecer nuestras almas y
sublimar nuestra energía, es completamente desconocida para el oriental, que sólo ve en ella
algo semejante á lo que nosotros encontramos en los libros de recreo ó simple entreteni-
miento. En los tiempos anteriores sólo existe un historiador, desconocido por los orientales,
v recientemente descubierto por la crítica alemana, el-Fakhri, el cual presenció la destrucción
del califato por los mogoles, y escribió el relato de tales hechos, que insista en la necesidad
de iniciar á la juventud en el estudio de la historia: al presente los reformadores de la
instrucción pública en el Egipto moderno, trabajan con afan en el cultivo de la literatura