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C A P Í T U L O XV





                  Ha transcurrido una semana más. Heme aquí más cerca, pues,


                  de la salud y de la primavera. Ya he oído en todas sus partes la

                  historia de mi vecino, de boca de la señora Dean, cuyo relato

                  reproduciré, aunque procurando extractarlo un poco. Pero

                  conservaré su estilo, porque encuentro que narra muy bien y no


                  me siento lo bastante fuerte para mejorarlo.


                  La tarde que fui a Cumbres Borrascosas —siguió contándome—

                  estaba tan segura como si lo hubiera visto que Heathcliff


                  rondaba por los alrededores. Procuré no salir de casa en

                  consecuencia, ya que llevaba su carta en el bolsillo y no quería

                  exponerme a sus reproches y amenazas por no haberla

                  entregado. Pero yo había resuelto no dársela a Catalina hasta


                  que el amo no estuviera fuera, pues no sabía cómo reaccionaría

                  la señora. De modo que no se la entregué hasta tres días más

                  tarde. Al cuarto, que era domingo, se la llevé a su habitación,


                  cuando todos se marcharon para ir a la iglesia. En la casa sólo

                  habíamos quedado otro criado y yo. Era habitual dejar cerradas

                  las puertas; pero aquel día era tan agradable, que las dejamos


                  abiertas. Y con objeto de cumplir mi misión encargué al criado

                  que fuese a comprar naranjas al pueblo para la señora. El

                  criado se fue y yo subí.


                  La señora Linton estaba sentada junto a la ventana abierta.


                  Vestía de blanco y llevaba un chal sobre los hombros. Su espesó







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