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preguntarle qué contestación debía transmitir, me miró con una
expresión interrogativa y angustiada.
—Quiere verla —repuse, adivinando lo que quería significarme.
— Está esperando impaciente en el jardín.
Mientras yo hablaba, noté que el perro que estaba en el jardín,
se erguía, estiraba las orejas, y luego, desistiendo de ladrar y
moviendo la cola, daba a entender que quien se acercaba le era
conocido. La señora Linton se asomó a la ventana y escuchó
conteniendo la respiración. Un minuto después sentimos pasos
en el vestíbulo. La puerta abierta representaba una tentación
harto fuerte para Heathcliff. Sin duda pensó que yo no había
cumplido mi promesa y resolvió confiar en su propia audacia.
Catalina miraba ansiosamente hacia la entrada de la
habitación. Heathcliff, al principio, no encontraba el cuarto, y la
señora me hizo una señal para que fuera a recibirle; pero él
apareció antes de que llegase yo a la puerta y un momento
después ambos se estrechaban en un apretado abrazo.
Durante cinco minutos él no le habló, limitándose a abrazarla y
a besarla más veces que lo hubiese hecho en toda su vida. En
otra ocasión, mi señora habría sido la primera en besarle. Bien
eché de ver que él sentía, al verla, la misma impresión que yo, y
que estaba convencido de que Catalina no recobraría la salud.
—¡Oh, querida Catalina! ¡No podré resistirlo! —dijo, al fin, en
tono de desesperación. Y la miró con tal intensidad, que creí
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