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sola palabra mía te doliera, piensa que yo sentiré cuando esté
bajo tierra tu mismo dolor. ¡Perdóname, ven! Arrodíllate. Nunca
me has hecho daño alguno. Si estás ofendido, ello me dolerá a
mí más que a ti mis palabras duras. ¡Ven! ¿No quieres?
Heathcliff se recostó en el respaldo de la silla de Catalina y
volvió el rostro. Ella se ladeó para poder verle; pero él, para
impedirlo, se volvió de espaldas, se acercó a la chimenea y
permaneció silencioso.
La señora Linton le siguió con la mirada. Encontrados
sentimientos nacían en su alma. Al fin, tras una prolongada
pausa, exclamó, dirigiéndose a mí:
—¿Ves, Elena? No es capaz de ceder un solo instante, ni aun
tratándose de retardar el momento de mi muerte. ¡Qué modo
de amarme! Me da igual... Pero éste no es mi Heathcliff. Yo
seguiré amándole como si lo fuera, y será esa imagen la que
llevaré conmigo, ya que ella es la que habita en mi alma. Esta
prisión en que me hallo es lo que me fatiga —añadió. Estoy
harta de este encierro. Ansío volar al mundo esplendoroso que
hay más allá de él. Lo vislumbro entre lágrimas y sufrimientos,
y, sin embargo, Elena, me parece tan glorioso, que siento pena
de ti, que te consideras satisfecha de estar fuerte y sana...
Dentro de poco me habré remontado sobre todos vosotros. ¡Y
pienso que él no estará conmigo entonces! —continuó como si
hablase consigo misma. Yo creía que él quería estar también
conmigo en el más allá. Heathcliff, querido mío, no quiero que
te enfades... ¡Ven a mi lado, Heathcliff!
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