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Se incorporó y se apoyó en uno de los brazos del sillón.
Heathcliff se volvió hacia ella con una expresión de inmensa
desesperanza en la mirada. Sus ojos, ahora húmedos,
centelleaban al contemplarla, y su pecho se agitaba
convulsivamente. Un instante estuvieron separados; luego
Catalina se precipitó hacia él, y él la abrazó de tal modo que
temí que mi señora no saliera con vida de sus brazos. Cuando
se separaron, ella cayó como exánime sobre la silla, y Heathcliff
se desplomó en otra inmediata. Me acerqué a ver si la señora se
había desmayado, y él, rechinando los dientes, echando
espuma por la boca, me separó con furor. Me pareció que no
me hallaba en compañía de seres humanos.
Traté de hablarle, pero no parecía entenderme, y acabé
apartándome llena de turbación.
A poco, Catalina hizo un movimiento, y esto me tranquilizó.
Levantó la mano, cogió la cabeza de Heathcliff y acercó su
mejilla a la suya. Heathcliff la cubrió de exasperadas caricias y
le dijo, con marcado acento feroz:
—Ahora me demuestras lo cruel y falsa que has sido conmigo.
¿Por qué me desdeñaste? ¿Por qué hiciste traición a tu propia
alma? No sé decirte ni una palabra de consuelo, no te la
mereces... Bésame y llora todo lo que quieras, arráncame besos
y lágrimas, que ellas te abrasarán y serán tu condenación. Tú
misma te has matado. Si me querías, ¿con qué derecho me
abandonaste? ¡Y por un mezquino capricho que sentiste hacia
Linton! Ni la miseria, ni la bajeza, ni aun la muerte nos hubiera
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