Page 225 - cumbres-borrascosas-emily-bronte
P. 225

C A P Í T U L O XVI





                  A las doce de aquella noche nació la Catalina que usted ha


                  conocido en Cumbres Borrascosas: una niña de siete meses.

                  Dos horas después moría su madre, sin haber llegado a

                  recobrar el sentido suficiente para reconocer a Eduardo o echar

                  de menos a Heathcliff. El señor Linton se sintió traspasado de


                  dolor por la pérdida de su esposa. No quiero hablar de ello; es

                  demasiado penoso. Alimentaba su disgusto, a lo que se me

                  alcanza, la pena de no tener un heredero varón. También yo


                  sentía lo mismo mientras contemplaba a la huerfanita y

                  maldecía mentalmente al viejo Linton, por haber decidido que

                  en aquel caso fuese heredera su hija y no su hijo, que hubiera, a


                  mi juicio, resultado lo más natural.


                  Aquella niña llegó con verdadera inoportunidad. Si la pobrecita

                  se hubiese muerto llorando en las primeras horas de su

                  existencia, a todos en aquel momento nos hubiera tenido sin


                  cuidado. Más tarde rectificamos; pero el principio de su vida fue

                  tan lamentable como probablemente será su fin.


                  La mañana siguiente amaneció alegre y clara. La luz del sol se

                  filtraba, tamizándose, a través de las persianas, y con un dulce


                  resplandor iluminaba el lecho y a la que en él yacía. Eduardo

                  tenía los ojos cerrados y reclinaba la cabeza en la almohada.

                  Sus hermosas facciones estaban tan pálidas como las del


                  cuerpo que yacía a su lado. Su rostro transparentaba una







                                                          225
   220   221   222   223   224   225   226   227   228   229   230