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Noté que pese a toda su audacia insolente se sentía más

                  tranquilo teniendo a alguien a su lado. Un profundo temblor

                  recorría todo su cuerpo.



                  «¡Desdichado! —pensé—. Tienes corazón y nervios como

                  cualquier otro.


                  ¿Por qué ese empeño en ocultarlos? ¡Tu soberbia no engañará a

                  Dios! Le estás provocando a que te atormente y humille hasta


                  hacerte estallar» —Murió mansa como un cordero —repuse—.

                  Suspiró, hizo un movimiento como un niño al despertar y cayó

                  en un letargo. A los cinco minutos sentí que su corazón


                  palpitaba fuerte... Y luego, nada...


                  —¿Habló de mí? —preguntó él, vacilante, como si temiera oír los

                  detalles que me pedía.



                  —Desde que usted se separó de ella no volvió en sí ni reconoció

                  a nadie. Sus ideas eran confusas, y había retrocedido en sus

                  pensamientos a los años de su infancia. Su vida ha concluido en

                  un dulce sueño. ¡Ojalá despierte de la misma manera en el otro


                  mundo!


                  —¡Ojalá despierte entre mil tormentos! —gritó él con espantosa

                  vehemencia, pateando y vociferando en un brusco acceso de


                  furor. —Ha sido falsa hasta el fin. ¿Dónde estás? En la vida

                  imperecedera del cielo, no. ¿Dónde estás? Me has dicho que no

                  te importan mis sufrimientos. Pero yo no repetiré más que una

                  plegaria: «¡Catalina! ¡Haga Dios que no reposes mientras yo


                  viva!» Si es cierto que yo te maté, persígueme. Se asegura que






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