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pudiese querer a ese ser dichoso. Mira lo que hago con lo único
que llevo de él.
Arrancó de sus dedos una alianza de oro y la tiró.
—Quiero pisotearla y quemarla luego —dijo con rabia pueril. Y
arrojó el anillo a la lumbre.
—¡Así! Ya me comprará otro si logra encontrarme. Es capaz de
venir con tal de perturbar a Eduardo. No me atrevo a quedarme
por temor a que acuda esa idea a su malvada cabeza. Además,
Eduardo no se ha portado bien, ¿no es cierto? Sólo por absoluta
necesidad me he refugiado aquí. Si me hubieran dicho que
estaba levantado, me habría quedado en la cocina para
calentarme y pedirte que me llevases lo más necesario, a fin de
huir de mi..., ¡de ese maldito demonio hecho hombre! ¡Estaba
furioso! ¡Si llega a cogerme! ...
Siento que Earnshaw no sea más fuerte que él, porque, en ese
caso, no me hubiera marchado hasta ver cómo le acogotaba.
—Hable más despacio, señorita —interrumpí. —De lo contrario,
se le va a caer el pañuelo que le he puesto y va a volver a
sangrarle ese corte. Beba el té, respire y no se ría tanto. No va
bien ni con su estado ni con lo ocurrido en esta casa.
—Tienes razón —repuso. —Pero oye cómo llora esa niña. Haz
que se la lleven por una hora, que es lo que pienso estar aquí.
Llamé a una criada, le entregué la pequeña y pregunté a Isabel
qué era lo que le había decidido a abandonar Cumbres
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