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Yo pensaba en el cementerio y en la fosa recién abierta. Tan
pronto como separaba los ojos del libro, la escena acudía a mi
imaginación. En cuanto a Hindley, estaba sentado delante de
mí, y acaso pensara en lo mismo. Cuando estuvo
suficientemente embriagado, dejó de beber y permaneció dos o
tres horas sin despegar los labios. En la casa no se oía otro
rumor que el del viento batiendo en las ventanas, el chirrido de
la lumbre y el chasquido que yo hacía a veces al despabilar la
vela. Hareton y José se debían de estar durmiendo. Me sentía
muy triste, y de cuando en cuando suspiraba profundamente.
De pronto, en medio del silencio, se sintió el ruido del picaporte
de la cocina. Sin duda, la tempestad había hecho regresar a
Heathcliff más pronto de lo habitual. Pero como aquella puerta
estaba cerrada con llave, hubo de desistir, y le sentimos dar la
vuelta para entrar por la otra. Me levanté, casi sin poder
sofocar la exclamación que acudía a mis labios, lo que hizo que
mi compañero se volviera y me mirara.
»—Si no tiene usted nada que objetar —me dijo—, haré
aguardar a Heathcliff cinco minutos.
»—Por mí puede usted hacerle esperar toda la noche — repuse.
—¡Ea, eche la llave y corta el cerrojo!
»Earnshaw lo efectuó así antes de que el otro llegase a la
puerta principal. Luego acercó su silla a la mesa, y me miró
como si quisiese hallar en mis ojos un reflejo del ardiente odio
que llameaba en los suyos. Claro está que como él en aquel
momento tenía la expresión y los sentimientos de un asesino, no
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