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»Pero te advierto que el dios que invocaba es sólo polvo y

                  ceniza, y al invocarle lo confundía de extraña manera con el

                  propio demonio que le engendró a él. Terminadas estas


                  magníficas oraciones, que duraban hasta enronquecer y

                  ahogársele la voz en la garganta, se iba inmediatamente

                  camino de la Granja. ¡Cómo que me extraña que Eduardo no le

                  haya hecho vigilar por un alguacil! Por mi parte, aunque lo de


                  Catalina me entristecía mucho, me sentía como si tuviese una

                  fiesta al disfrutar de tal libertad. Así que recuperé mis energías

                  hasta el punto de poder escuchar los sermones de José sin


                  echarme a llorar y de poder andar por la casa con más

                  seguridad de la acostumbrada. José y Hareton son detestables

                  hasta el punto de que la horrible charla de Hindley me resultaba


                  mejor que estar con ellos.


                  »Cuando Heathcliff está en casa —siguió diciendo Isabel—,

                  muchas veces tengo que reunirme con los dos en la cocina,

                  para no morirme de hambre y para no tener que vagar a solas


                  por las lóbregas y solitarias habitaciones. En cambio, ahora que

                  no estaba, pude permanecer tranquilamente sentada ante una

                  mesa al lado del hogar, sin ocuparme del señor Earnshaw, que


                  a su vez no se preocupa de mí. Ahora está más tranquilo que

                  antes, aunque más huraño aún, y no se enfurece si no se le

                  provoca. José asegura que Dios le ha tocado el corazón y que

                  se ha salvado por la prueba del fuego. Pero, en fin, eso no me


                  importa. Anoche estuve en mi rincón leyendo hasta cerca de las

                  doce. Me asustaba el irme arriba. Afuera se sentía la ventisca.







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