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Heathcliff. Mientras yo reflexionaba sobre estos temas, el cristal

                  de la ventana saltó en pedazos, y a través del agujero apareció

                  el negro rostro de aquel hombre. Pero como el marco era


                  demasiado estrecho para que pasase, sonreí, pensando que me

                  hallaba a salvo de él. Heathcliff tenía el cabello y la ropa

                  cubiertos de nieve, y sus dientes, agudos como los de un

                  caníbal, brillaban en la oscuridad.



                  »—Ábreme, Isabel, o te arrepentirás —rugió él, bufando, como

                  decía José.


                  »—No quiero cometer un crimen —repuse. —El señor Hindley te


                  espera con un cuchillo y una pistola.


                  »—Ábreme la puerta de la cocina —respondió.


                  »—Hindley llegará antes que yo —alegué. —¡Poco vale ese amor


                  que tienes hacia Catalina, cuando no arrostras por él un poco

                  de nieve! En tu lugar, Heathcliff, yo iría a tenderme sobre su

                  tumba como un perro fiel. ¿No es verdad que ahora te parece

                  que no vale la pena vivir? Me has hecho comprender que


                  Catalina era la única alegría de tu vida. No sé cómo vas a poder

                  existir sin ella.


                  »—¡Ah! —exclamó Hindley, dirigiéndose hacia mí. —¿Está ahí


                  Heathcliff?


                  Si logro sacar el brazo, podré...


                  »Temo que me consideres como una malvada, Elena. El caso es

                  que yo no hubiera contribuido a que atentaran a la vida de








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