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alcoholizado y delirante; le dijo que olvidaría la atroz agresión

                  que había perpetrado contra él y le recomendó que fuese a

                  dormir. Después nos dejó solos, y yo me fui a mi habitación,


                  encantada de haber salido tan bien librada de aquellos sucesos.


                  »Cuando bajé esta mañana, a eso de las once, el señor

                  Earnshaw estaba sentado junto al fuego, muy enfermo en


                  apariencia. Su ángel malo estaba a su lado, y parecía tan

                  decaído como el mismo Hindley. Comí con apetito a pesar de

                  todo, y no dejaba de experimentar cierta sensación de

                  superioridad al sentir la conciencia tranquila, cada vez que


                  miraba a uno de los dos. Al acabar, me aproximé al fuego —

                  libertad inusitada en mí—, dando vuelta por detrás del señor

                  Earnshaw, y me acurruqué en un rincón detrás de su silla.



                  »Heathcliff no me miraba, y yo pude entonces examinarle a mi

                  sabor. Tenía contraída la frente, esa frente que antes me

                  pareciera tan varonil y ahora me parecía tan diabólica. Sus ojos

                  habían perdido su brillo como consecuencia del insomnio y


                  acaso el llanto. Sus labios cerrados, carentes de su habitual

                  expresión sarcástica, delataban una profunda tristeza. Aquel

                  dolor, en otro, me hubiera impresionado.



                  Pero se trataba de él, y no pude resistir el deseo de arrojar un

                  dardo al enemigo caído. Sólo en aquel momento de debilidad

                  podía permitirme la satisfacción de devolverle parte del mal

                  que me había hecho.












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