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—¿Qué me quiere usted decir? —inquirió Hindley. —¿Es posible
que ese hombre me golpeara cuando yo yacía sin sentido?
»—Le pateó, le pisoteó y le golpeó contra el suelo — respondí. —
Por su gusto le hubiera desgarrado con sus propios dientes.
Sólo es hombre en apariencia. En lo demás, es un demonio.
»Los dos miramos el rostro de nuestro enemigo. Pero él,
abstraído en su dolor, no reparaba en nada. En su cara se
pintaba el siniestro sesgo de sus pensamientos.
»—¡Iría con gusto al infierno con tal que Dios me diese fuerzas
para estrangularle antes de morir! —gimió Earnshaw,
intentando levantarse y volviendo a desplomarse enseguida,
desesperado al comprender su impotencia para atacarle.
»—Basta con que haya matado a uno de ustedes —comenté yo
en voz alta.
—Todos en la Granja saben que su hermana viviría aún a no ser
por Heathcliff. A fin de cuentas, su odio vale más que su amor.
Cuando me acuerdo de lo felices que éramos Catalina y todos
antes de que él apareciera, siento deseos de maldecir aquel día.
»Seguramente Heathcliff reconoció cuan verdadero era lo que
yo decía, sin reparar en el hecho de que fuera yo quien lo
aseverara. Un raudal de lágrimas cayó de sus ojos, y después
suspiró ruidosamente. Yo le miré y me eché a reír
desdeñosamente. Sus ojos, esos ojos que parecen ventanas del
infierno, se dirigieron un momento hacia mí, pero estaba tan
abatido, que no temí en absoluto volver a reírme.
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