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luz que brillaba en la Granja. Preferiría ir al infierno para toda la

                  eternidad antes que volver a Cumbres Borrascosas.


                  Isabel calló, tomó té, se levantó, se puso un chal y un sombrero


                  que le trajimos, se subió a una silla para besar los retratos de

                  Catalina y Eduardo, y sin atender mis súplicas de que se

                  quedase siquiera una hora más, se fue en el coche,


                  acompañada de Fanny, gozosa de haber vuelto a reunirse con

                  su dueña. No volvió más; pero desde entonces se escribió

                  periódicamente con el señor. Creo que se instaló en el Sur, cerca

                  de Londres. A los pocos meses dio a luz a un niño, al que puso el


                  nombre de Linton, y que, según nos comunicó, era una criatura

                  caprichosa y enfermiza.


                  El señor Heathcliff me encontró un día en el pueblo y quiso


                  saber dónde vivía Isabel. Yo me negué a decírselo y él no se

                  preocupó mucho de insistirme, aunque me advirtió que se

                  guardase bien de volver con su hermano, porque no la dejaría

                  vivir con él. No obstante, probablemente por algún otro criado,


                  logró descubrir el domicilio de su esposa, si bien no la molestó,

                  lo que ella achacaría probablemente al odio que le inspiraba.

                  Solía preguntarme por el niño cuando me veía, y al saber el

                  nombre que le habían dado, exclamó:



                  —Por lo visto se proponen que yo odie al chico también...


                  —Creo que lo único que desean es que usted no se ocupe de él

                  para nada



                  —respondí.






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