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también de Earnshaw. Cuando le hablé de aquello y le pedí que

                  me acompañase, me contestó que valdría más dejar en paz a

                  Heathcliff, y que la situación de Hareton era poco más o menos


                  la de un mendigo.


                  —El padre ha muerto cargado de deudas —me explicó—. Toda

                  la herencia está hipotecada, y lo mejor para Hareton será que


                  procure ganarse el cariño del acreedor de su padre.


                  Al llegar a las Cumbres encontré a José muy afectado, y me

                  expresó su satisfacción por mi llegada. El señor Heathcliff dijo

                  que mi presencia no era precisa; pero que me quedase, si me


                  parecía bien, y que ordenase lo necesario para el sepelio.


                  —En realidad, ese loco debía ser enterrado sin ceremonia

                  alguna al borde de un camino —dijo. Ayer le dejé sólo diez

                  minutos por casualidad, y en el intervalo me cerró la puerta y se


                  pasó la noche bebiendo hasta que se mató. Esta mañana, al oír

                  que resoplaba como un caballo, tuvimos que saltar la

                  cerradura. Estaba tendido sobre el banco, y no hubiera


                  despertado aunque le desollásemos. Envié a buscar a Kennett;

                  pero antes de que viniera, ya la bestia se había convertido en

                  carroña. Estaba muerto, rígido y helado, y no se podía hacer


                  nada por él.


                  El viejo criado confirmó el relato, pero agregó:


                  —Habría valido más que hubiera ido él a buscar al médico. Yo

                  habría atendido al amo mejor. Cuando me fui no había muerto


                  aún.






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