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»—Quítate de delante —me dijo, o más bien creí entenderle,

                  puesto que sólo hablaba de modo inarticulado.


                  »—Perdona —repliqué—; pero yo quería a Catalina, y ahora que


                  ya no vive, debo ocuparme de su hermano... Hindley tiene sus

                  mismos ojos, que tú has amoratado a golpes, y...


                  »—¡Levántate, imbécil, si no quieres que te mate de un puntapié!

                  —gritó él, iniciando un movimiento. Yo inicié otro,


                  preparándome a huir.


                  »—Si la pobre Catalina —seguí diciendo, sin dejar de

                  mantenerme alerta



                  — se hubiese casado contigo y adoptado el grotesco y

                  degradante nombre de señora de Heathcliff, pronto la hubieras

                  puesto como a su hermano. Sólo que ella no lo hubiera


                  soportado y te habría dado pruebas palpables de ello...


                  »Como Earnshaw estaba entre él y yo, no pretendió cogerme.

                  Pero asió un cuchillo que había en la mesa y me lo tiró a la cara.

                  Me dio junto a la oreja. Le contesté con una injuria que debió de


                  llegarle más adentro que a mí el cuchillo, y gané la puerta. Lo

                  último que vi fue a Earnshaw intentando detenerle y a ambos

                  cayendo enlazados ante el hogar. Al pasar por la cocina dije a


                  José que se apresurara a auxiliar a su amo. Tropecé con

                  Hareton, que jugaba en una silla con unos cachorrillos, y me

                  lancé, feliz como un alma que huye del purgatorio, cuesta abajo

                  por el áspero camino. Después corrí a campo traviesa hacia la










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