Page 18 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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»Como ven, recuerdo pensamientos e impresiones del sueño mismo, de
las ocurrencias del sueño; son los recuerdos que el “yo” del sueño tenía de
aquella otra existencia en sueños lo que no puedo recordar. Bueno. Subo hasta
lo alto de la colina y entro en el bungalow. Las puertas están abiertas y el
hindú no está allí. Pero la habitación principal está sumida en el desorden; las
sillas están rotas, hay una mesa patas arriba. La daga del hindú está tirada
encima del suelo, pero no hay sangre por ningún sitio.
»En mi sueño, nunca recuerdo los otros sueños, como a veces le ocurre a
algunos. Siempre es el primer sueño, siempre es la primera vez. Siempre
experimento las mismas sensaciones, en mi sueño, con una fuerza tan viva
como la primera vez que lo soñé. Bueno. No puedo entenderlo. El hindú ha
desaparecido, pero (esto es lo que rumio, parado en medio de la habitación
desordenada), ¿qué es lo que se lo ha llevado? Si hubiera sido una partida de
asaltantes negros, habrían saqueado el bungalow y probablemente lo habrían
quemado. Si hubiera sido un león, el lugar estaría empapado de sangre.
Entonces, de pronto, recuerdo el rastro que vi subiendo por la colina, y un
escalofrío me recorre el espinazo; pues instantáneamente queda todo claro: la
cosa que subió de las praderas y arrasó el pequeño bungalow no podía ser
nada más que una serpiente gigante. Y mientras pienso en el tamaño de la
huella, un sudor frío perla mi frente y el rifle roto tiembla en mi mano.
»Entonces corro hacia la puerta, presa de un pánico salvaje, pensando
únicamente en salir apresuradamente hacia la costa. Pero el sol se ha puesto y
el crepúsculo se desliza sobre las praderas. Y ahí fuera, en algún sitio,
acechando entre las altas hierbas está esa cosa espeluznante… ese horror.
¡Dios!».
La exclamación brotó de sus labios con tanto sentimiento que nos
sobresaltó a todos, que no nos habíamos dado cuenta de la tensión que
habíamos acumulado. Hubo un nuevo silencio, y luego continuó:
—Así que atranco puertas y ventanas, enciendo la única lámpara que
tengo y me planto en mitad de la habitación. Y permanezco como una estatua,
esperando, escuchando. Después de un rato sale la luna y su luz desvaída
recorre las ventanas. Yo permanezco silencioso en el centro de la habitación;
la noche está muy tranquila… se parece a esta misma noche; la brisa susurra
ocasionalmente a través de la hierba, y cada vez que lo hace, aprieto las
manos hasta que las uñas se me clavan en la carne y la sangre resbala por mis
muñecas… ¡y yo permanezco allí, y espero, y escucho, pero esa noche no
viene!
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