Page 21 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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pasan siglos, pero por último un pálido rayo grisáceo empieza a deslizarse a

               través de las ventanas, el crujido desaparece en la distancia y pronto un sol
               rojizo y ojeroso se eleva en el cielo oriental. Entonces me doy la vuelta y me
               miro  en  un  espejo…  y  mi  pelo  se  ha  vuelto  completamente  blanco.  Me
               tambaleo hasta la puerta y la abro de par en par. No hay nada a la vista más

               que una gruesa huella que se aleja por la colina y a través de las praderas… en
               dirección opuesta a la que debería tomar para dirigirme a la costa. Con un
               alarido de risa demente, me precipito colina abajo y corro por las praderas.
               Corro  hasta  caer  extenuado,  y  luego  me  quedo  tumbado  hasta  que  puedo

               levantarme dando tumbos y seguir adelante.
                    »Sigo  así  todo  el  día,  con  un  esfuerzo  sobrehumano,  espoleado  por  el
               horror que tengo a mis espaldas. Mientras me impulso sobre unas piernas que
               se debilitan, mientras estoy echado tomando aire a bocanadas, observo el sol

               con  una  terrible  ansiedad.  ¡Qué  rápido  se  mueve  el  sol  cuando  un  hombre
               corre  por  su  vida!  Y  es  una  carrera  que  perderé,  lo  sé  cuando  veo  el  sol
               hundiéndose sobre el horizonte, y las colinas que tenía que alcanzar antes de
               la puesta del sol aparentemente tan lejanas como siempre.

                    Bajó la voz e instintivamente nos inclinamos hacia él; estaba aferrado a
               los brazos de la silla y la sangre manaba de su labio.
                    —Entonces se pone el sol y llegan las sombras y avanzo tambaleante y me
               levanto y vuelvo a dar tumbos. ¡Y me río, me río, me río! Luego me detengo,

               pues sale la luna y sumerge las praderas en una paz fantasmal y plateada. La
               luz es blanca sobre la tierra, aunque la luna misma es como la sangre. Y miro
               hacia atrás por el camino por el que he venido… y… a lo… lejos… —todos
               nos inclinamos aún más hacia él, con los pelos de punta; su voz era como un

               susurro fantasmal—. A lo lejos… veo… la… hierba… ondulándose. No hay
               brisa, pero la hierba alta se separa y se mece bajo la luz de la luna, en una
               línea estrecha y sinuosa… muy lejana, pero acercándose a cada momento.
                    Su voz se extinguió.

                    Alguien rompió el silencio subsiguiente:
                    —¿Y entonces…?
                    —Entonces me despierto. Todavía no he visto al monstruo atroz. Pero ese
               es el sueño que me acosa, y del que he despertado chillando en mi infancia, y

               bañado en sudor frío en mi edad adulta. Lo sueño a intervalos irregulares, y
               cada  vez,  últimamente…  —titubeó  y  luego  prosiguió—,  cada  vez,
               últimamente, la criatura ha llegado más cerca… más cerca… la ondulación de
               la hierba indica su avance y se aproxima más a mí en cada sueño; y cuando

               me alcance, entonces…




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