Page 24 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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amarilla y hundir su maldito gong en el golfo. Y le contaré por qué odio ese

               chisme.
                    »Mi  nombre  es  Bill  Kirby.  Fue  en  Jibuti,  en  el  Golfo  de  Adén,  donde
               conocí a John Conrad. Era un joven delgado y de ojos penetrantes, procedente
               de Nueva Inglaterra, y ya profesor, a pesar de su juventud. Era víctima de una

               obsesión, como la mayoría de los de su clase. Estudiaba los bichos, y era un
               bicho  en  concreto  el  que  le  había  traído  a  la  Costa  Este;  o  más  bien,  la
               esperanza de encontrar al maldito animal, pues nunca dio con él. Sin duda
               podría haberme enseñado muchas cosas que debería saber, pero los insectos

               no  están  entre  mis  campos  de  interés,  y  al  principio  él  hablaba,  soñaba  y
               pensaba en poca cosa más…
                    »Bueno, congeniamos desde el principio. Él tenía dinero y ambiciones y
               yo  tenía  algo  de  experiencia  y  un  espíritu  andariego.  Montamos  un  safari

               pequeño,  modesto  pero  eficiente,  y  deambulamos  por  las  tierras  ignotas  de
               Somalia.  Hoy  en  día  se  oye  decir  que  ese  país  ha  sido  explorado
               exhaustivamente, y yo puedo demostrar que esa afirmación es una mentira.
               Encontramos cosas que ningún hombre blanco ha soñado jamás.

                    »Habíamos viajado durante casi un mes y nos habíamos metido en una
               parte del país que sabía que era desconocida para el aventurero medio. Los
               bosques de sabana y espinos dieron paso a lo que empezaba a ser la jungla
               auténtica, y los nativos que veíamos pertenecían a una raza de labios gruesos,

               frente estrecha y dientes de perro, para nada parecidos a los somalíes. Pero
               seguimos  deambulando,  y  nuestros  porteadores  y  askari  empezaron  a
               murmurar entre sí. Algunos de los negros habían hecho migas con ellos y les
               habían  contado  cuentos  que  les  dieron  miedo  de  seguir  adelante.  Nuestros

               hombres no hablaban de ello conmigo ni con Conrad, pero teníamos un criado
               en el campamento, un mestizo llamado Selim, y le dije que viera qué podía
               averiguar.  Aquella  noche  vino  a  mi  tienda.  Habíamos  montado  el
               campamento en una especie de gran claro y habíamos construido una cerca de

               espinos; pues los leones estaban armando un buen jaleo entre los arbustos.
                    »—Amo —dijo en el inglés bastardo del que tanto se enorgullecía—, los
               negros está asusta a los porteadores y askari con hablar de yu-yu malo. Hablas
               de poderosa maldición yu-yu en el país al que vamos, y…

                    »Se paró en seco, empalideció, y mi cabeza se agitó con un movimiento
               brusco. De los laberintos oscuros y selváticos del sur salió susurrando una voz
               estremecedora.  Era  como  el  eco  de  un  eco,  pero  al  mismo  tiempo  era
               extrañamente distinguida, profunda, vibrante, melodiosa. Salí de mi tienda y







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