Page 27 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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de la punta de una lanza. Me sentía como si me hubiera capturado una banda
de fantasmas.
»No sabía qué pensar de ellos. Tenían aspecto de orientales, pero no de
los orientales con los que yo estaba familiarizado, no sé si me explico. África
pertenece al Oriente pero no es lo mismo. Parecían más africanos que un
chino. Es difícil de explicar. Pero diré esto: Tokio es oriental, y Benarés
también, pero Benarés simboliza un Oriente distinto, perteneciente a una fase
más antigua, mientras que Pekín representa a su vez otra distinta, y todavía
más antigua. Estos hombres eran de un Oriente que yo nunca había conocido;
formaban parte de un Oriente más antiguo que Persia, más antiguo que Asiria,
¡más antiguo que Babilonia! Sentía alrededor de ellos algo parecido a un aura,
y me estremecía al pensar en los abismos de tiempo que simbolizaban. Pero
también me fascinaban. Bajo los arcos góticos de una selva antiquísima,
acuciado por orientales silenciosos de una especie olvidada durante Dios sabe
cuántos eones, un hombre puede tener pensamientos fantásticos. ¡Casi me
preguntaba si estos individuos eran reales, o sólo los fantasmas de guerreros
muertos durante cuatro mil años!
»Los árboles empezaron a clarear y el terreno se fue inclinando. Por
último llegamos a una especie de acantilado y vimos una imagen que hizo que
tragáramos saliva. Contemplábamos un enorme valle rodeado enteramente
por acantilados altos y escarpados, a través de los cuales varios arroyos
habían abierto estrechos desfiladeros para alimentar un lago de buen tamaño
en el centro del valle. ¡En el centro del lago había una isla y sobre esa isla
había un templo, y en el extremo más alejado del lago había una ciudad! Y no
se trataba de ninguna aldea nativa de barro y bambú. Parecía estar hecha de
piedra, de un color marrón amarillento.
»La ciudad estaba amurallada y consistía en casas de construcción
cuadrada y techos lisos, algunas aparentemente de tres o cuatro pisos de
altura. Todas las orillas del lago estaban dedicadas a cultivos y los campos
eran verdes y florecientes, alimentados por diques artificiales. Tenían un
sistema de irrigación que me asombró. Pero lo más impresionante era el
templo de la isla.
»Tragué saliva, abrí la boca y pestañeé. ¡Era la Torre de Babel hecha
realidad! No tan alta ni tan grande como la habría imaginado, pero de unos
diez pisos de alto, y plomiza e inmensa igual que sale en las imágenes, con la
misma sensación intangible de maldad flotando sobre ella.
»Entonces, mientras permanecíamos allí en pie, de aquella inmensa masa
de ladrillos salió flotando y atravesó el lago el estruendo profundo y
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