Page 25 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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vi a Conrad en pie delante de una fogata, tenso y atento como un sabueso de

               caza.
                    »—¿Has oído eso? —preguntó—. ¿Qué ha sido?
                    »—Un  tambor  nativo  —contesté;  pero  ambos  sabíamos  que  mentía.  El
               ruido y el estrépito de nuestros nativos atareados con sus fuegos de cocina

               había cesado como si todos hubieran muerto de repente.
                    »Aquella noche no oímos más, pero a la mañana siguiente descubrimos
               que nos habían abandonado. Los negros habían levantado el campamento con
               todo el equipaje al que pudieron echar mano. Conrad, Selim y yo celebramos

               un consejo de guerra. El mestizo estaba muerto de miedo, pero el orgullo de
               su sangre blanca hizo que siguiera adelante.
                    »—¿Ahora  qué?  —pregunté  a  Conrad—.  Tenemos  armas  y  suficientes
               víveres para darnos una oportunidad digna de alcanzar la costa.

                    »—¡Escucha! —levantó la mano. Del otro lado del monte bajo volvió a
               llegar  palpitante  aquel  susurro  estremecedor—.  Seguiremos  adelante.  No
               descansaré  hasta  que  sepa  qué  produce  ese  sonido.  Nunca  había  oído  nada
               parecido en todo el mundo.

                    »—La  jungla  recogerá  nuestros  puñeteros  huesos  —dije.  Él  agitó  la
               cabeza.
                    »—¡Escucha! —dijo.
                    »Era como una llamada. Se te metía en la sangre. Te arrastraba como la

               música  de  un  faquir  atrae  a  una  cobra.  Sabía  que  era  una  locura.  Pero  no
               discutí. Escondimos  la  mayor  parte  de nuestros  macutos  y  emprendimos  la
               marcha.  Cada  noche  construíamos  una  cerca  de  espinos  y  nos  sentábamos
               dentro  mientras  los  grandes  gatos  aullaban  y  gruñían  fuera.  Y  con  mayor

               claridad  a  medida  que  penetrábamos  cada  vez  más  profundamente  en  los
               laberintos de la jungla, oímos aquella voz. Era profunda, suave, musical. Te
               hacía  soñar  con  cosas  extrañas;  estaba  cargada  de  una  edad  inmensa.  Las
               glorias perdidas de la antigüedad susurraban en su esplendor. Reunía en su

               resonancia todo el anhelo y el misterio de la vida; toda el alma mágica de
               Oriente. Desperté en mitad de la noche para escuchar sus ecos susurrantes, y
               dormí  para  soñar  con  minaretes  que  se  elevaban  hasta  el  cielo,  con  largas
               hileras de adoradores de piel morena arrodillados, con tronos de pavo real con

               doseles púrpura y con carros dorados que retumbaban como truenos.
                    »Conrad  por  fin  había  encontrado  algo  que  rivalizaba  con  sus  bichos
               infernales  por  su  interés.  No  hablaba  mucho;  cazaba  insectos  de  forma
               ausente.  Todo  el  día  parecía  estar  en  actitud  de  escucha,  y  cuando  las

               profundas  notas  doradas  llegaban  rodando  a  través  de  la  selva,  se  tensaba




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