Page 28 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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resonante, ahora cercano y claro, y los mismos acantilados parecieron temblar

               con  las  vibraciones  del  aire  cargado  de  música.  Deslicé  una  mirada  hacia
               Conrad; parecía sumido en la confusión. Pertenecía a esa clase de científicos
               que tienen el universo clasificado y etiquetado, y para los que todo tiene su
               rincón apropiado. ¡Por Júpiter! Se quedan de piedra cuando se enfrentan con

               lo  paradójico-inexplicable-que-no-debería-existir,  mucho  más  sorprendidos
               que los tipos corrientes y molientes como nosotros, que no tenemos muchas
               ideas preconcebidas sobre cómo son las cosas en general.
                    »Los  soldados  nos  hicieron  bajar  por  una  escalera  tallada  en  la  piedra

               sólida de los acantilados, y atravesamos campos irrigados donde hombres con
               la cabeza afeitada y mujeres de ojos oscuros se detenían en sus tareas para
               mirarnos con curiosidad. Nos llevaron a una puerta grande con picaportes de
               metal  donde  un  pequeño  destacamento  de  soldados,  equipado  igual  que

               nuestros captores, les salió al paso, y después de un corto parlamento fuimos
               escoltados hasta el interior de la ciudad. Se parecía mucho a cualquier otra
               ciudad de Oriente: hombres, mujeres y niños yendo y viniendo, discutiendo,
               comprando  y  vendiendo.  Pero  en  conjunto  mantenía  ese  mismo  efecto  de

               aislamiento, de inmensa antigüedad. No podía clasificar la arquitectura más
               de lo que podía entender el idioma. Las únicas cosas en las que podía pensar
               al  mirar  aquellos  edificios  achaparrados  y  cuadrados  eran  las  chozas  que
               ciertos  pueblos  mestizos  de  casta  baja  todavía  construyen  en  el  valle  del

               Éufrates  en  Mesopotamia.  Esas  chozas  puede  que  sean  una  evolución
               degradada de la arquitectura de aquella extraña ciudad africana.
                    »Nuestros  captores  nos  llevaron  directamente  al  mayor  edificio  de  la
               ciudad, y mientras desfilábamos por las calles, descubrimos que las casas y

               los  muros  en  realidad  no  eran  de  piedra,  sino  de  una  variedad  de  ladrillo.
               Fuimos conducidos a una sala de inmensas columnas ante la cual se erigían
               filas  de  soldados  silenciosos,  y  ante  un  estrado  hasta  el  que  subían  unos
               anchos escalones. Había guerreros armados detrás y a cada lado de un trono,

               un escriba estaba en pie a su lado, muchachas vestidas con plumas de avestruz
               se  recostaban  sobre  los  anchos  escalones,  y  sobre  el  trono  se  sentaba  un
               diablo  de  ojos  hoscos  que  era  el  único  de  todos  los  hombres  de  aquella
               fantástica ciudad que llevaba el cabello largo. Lucía una barba negra, llevaba

               una especie de corona y tenía el rostro más altivo y cruel que jamás haya visto
               en hombre alguno. Un jeque árabe o un sha turco eran como un cordero a su
               lado. Me recordaba la representación que hacían algunos artistas de Baltasar o
               los Faraones, un rey que era más que un rey ante sus propios ojos y ante los

               de su pueblo, un rey que era a la vez rey, sumo sacerdote y dios.




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